Basta de...
¿Quién dijo que es imposible concretar el idilio en una relación interpersonal?
Ok. Lo dicen las connotaciones propias de cada palabra que encierra esta pregunta.
Sin embargo, algo enciende una mecha con forma de interrogación y, al filo de la seguridad, la respuesta mecánica es que inexorablemente me deben el Master de Humor en Vía Pública.
1er. acto: Quien no comparta la pasión inalienable del tabaco (aún mayor a aquella de caravanas domingueras con cánticos dependientes del OLÉ OLÉ), nunca sentirá la penosa, cuasi torturante última instancia en donde estos asquerosos rollos de nicotina se abonan con monedas (NO del Bicentenario, en el mejor caso).
Lógicamente, se puede optar entre el llanto por lo perdido precedente al disfrute del Pulmonicida o advertirle al kiosquero totalmente desconocido sobre su eterna deuda en monedas. Siempre maquillado sutilmente el discurso, como chiste y sonrisa mediante:
-"Te estoy dando monedas, ¿eh?. Ahora ya sé a quién pedirle cuando no tenga."(risas)
2do. acto: Quien no comparta el amor incondicional al arte de la desorientación geográfica (la fase de enamoramiento incluye impuntualidad y distracción), jamás entenderá que al cabo de un tiempo, este hobby ya es tomado como un verdadero desafío. Consiste primordialmente en perderse en un lugar y hacia un espacio físico que se encuentre en el mismo radio que su propio domicilio.
Aquí se plantea el dilema. Arriba del colectivo uno empieza a nombrar calles al chofer como sacadas de la galera, como la caña sedienta arrojada al azar. El chofer le pide más información, porque acaba de oír todas todas las calles que atraviesa su recorrido. Uno expresa su mejor cara de no tener la más puta idea, sin embargo el conductor del vehículo, disfrazándose de paciencia, logra leerle el pensamiento e indicarle dónde bajarse, recomendándole que para la próxima intente memorizarse al menos una esquina como punto de referencia. Uno le contesta que ya perdió la cuenta de la cantidad de veces que viajó a ese destino en igual medida que pidió socorro. Ah, le aclara también que vive a diez cuadras.
Aquí se plantea un segundo dilema. ¿Agradecer tímidamente y descender, sin volcar en palabras que uno admite ser la idiotez personificada, o sacar de la cartera el rubor para continuar con su hobby cosmetólogo de estupideces mediante frases que escapan del equilibrio mental?:
-"No te preocupes flaco... La próxima me compro un GPS"(más risas)
3er. (y escalofriante) acto: Quien no comparta la adorable obsesión de generar en el receptor cierta incomodidad, al punto de casi obligarlo a decidir entre reírse o recordarle sus parentescos (madre, tía, hermana), no entenderá jamás lo que es emitir una frase totalmente innecesaria, accesoria; que pelea la punta de la inutilidad con los parches ansiolíticos. Al cabo de semanas plagadas de noteros y seudoperiodistas informando a señoras aburridas sobre robos, delincuencia, motochorros, etc etc etc., uno decide optar por una frase oportuna relacionada a este eje.
En la puerta del Banco X, uno se encuentra esperando el corte del semáforo para cruzar la calle. Al lado suyo hay alguien, al parecer con el mismo fin. Una persona se acerca, y nos pregunta: "¿Están para el banco?". He aquí un nuevo final dilema (final porque los caracteres permitidos abarcan sólo tres actos). ¿Uno debe limitarse a responder un tajante y grisáceo "NO", autocondicionándose a las sociales irrelevantes, o para variar, debe tejer la simpática tensión y obsequiarlo como bufanda al interrogador? (la pregunta, para quien recién se engancha fue si estábamos para el banco):
-"No... Estoy para la salidera"(risas, cuack, y nuevamente riFas para piñas)
...Se pueden lograr las relaciones idílicas, sí y sólo sí son éstas; efímeras, callejeras, incómodas, y garantizan cierta seguridad, de JAMÁS volver a topar entre sí a ninguna de las partes intervinientes.