Escribiéndome... para romper violines

31.1.11

Dime con quién fumas, y te diré con cuánta plata te despiertas

“No nos puede estar pasando esto a nosotras… No porque NO pueda sucedernos. No podemos tener tanta mala leche encima…”

DIME CON QUIÉN FUMAS Y TE DIRÉ CON CUÁNTA PLATA TE DESPIERTAS:

La noche pintaba, claramente, los mejores colores con una luna que conspiraba; la Costa Atlántica Argentina; cinco chicas en una noche de sus vacaciones (y cuando digo “chicas”, me refiero al estado más prematuro, verde e inmaduro que la palabra “chicas” remite). Decía, cinco eternas adolescentes, se encontraban en sus merecidas vacaciones por su jovialidad. Dos de ellas, con una mano se fijaban a vasos y copas llenas, y con la otra mano, saludaban de despedida a esa ciudad “Feliz”, la cual las vería partir en un día a sus respectivas zonas oriundas.
A modo de festejo ante el injusto veredicto del destino, para obligarlas a regresar a sus hogares, se encontraban entre copas y parlantes.
El relato meticuloso de lo que resultó el total de la noche, por algunas cuestiones, la narradora las obviará.
Cuando hubo culminado el horario en que permanecía abierto aquel bar de mala muerte que frecuentaban, salieron hacia la calle, estas cinco jóvenes en ronda, al canto efusivo de alguna canción que se baila en bolichongos y se escucha con güiros. La calle, desde luego, era un desfile de adolescentes prontos a recibir un transplante de hígado, y algunos otros que hubieren necesitado transplante también, pero de axones y dendritas.
Tres de estas jovencitas, son las que parten primeramente hacia su sitio de hospedaje.
Las dos restantes (aquellas que en 24 hs. Se irían de la ciudad a sus casas), permanecieron vagando, derrapando sin el mínimo reparo. Vaya uno a saber por qué. Pero permanecieron. Vaya uno a saber haciendo qué. Pero perm… (OK, no lo voy a repetir para fingir ser más poética), simplemente se les antojó quedarse para poner a prueba a su estupidez crónica, para comprobar si podría llegar más lejos que un caballo de carrera. Y se quedaron haciendo nada, por aquellas calles, transitadas hasta el hastío.
Una de ellas dos -llamémosle momentáneamente “Roberto” (UPS, ese nombre no es de mujer). Mejor llamémosle “Boluda” (no, no… Ese no suena tan bien). Mejor, que sea Joaquina.
Bien. Joaquina, que aparentaba hablar más de lo que pensaba, pero en verdad pensaba más rápido que lo que hablaba (al menos hasta ESE momento), emprendió viaje hacia alguna de las calles principales, cuando la interceptó un joven aparentemente amable y cortés. La otra muchacha (llamémosle Josefa), deambulaba sin rumbo ni motivo (lo más llamativo del asunto es el “sin- motivo” que tenían aquellas dos alienígenas para prolongar esa noche de borrachera).
El joven tan extrañamente amable, se interpone (aunque sin apuntar con pistola en la sien), a Joaquina, sin presentarse pero manifestando poseer hierbas ilegales:
-“No sabés todo lo que tengo para fumar”- expresa el susodicho generoso. Acto seguido le enseña una bolsa cuyo contenido era (claramente) marihuana.
-“¡Uhhh, es genial! ¡Boluuudo!”- contesta Joaquina, a quien el alcohol parecía, haberle hurtado las palabras y la modulación- ¡Fumemos!
Me gustaría tomarme una licencia como narradora, y explicar que el relato de los hechos, no está siendo resumido. En simples palabras, los hechos (asombrosamente) ocurrieron tal cual aquí se expresan.
Al pronunciar estas palabras, no hubo más que hablar del tema y ambos dos, se dirigieron al Kiosco más cercano a comprar papelillos para llevar a cabo el acto de consumo indebido de esta sustancia (indebido no por el consumo en sí, sino por la persona que lo llevaría a cabo y por la persona con que lo llevaría a cabo).
Este ser generoso, que nunca se había presentado, le advirtió a Joaquina que no tenía ánimo de fumar en ese momento:
-“Es que vengo de muchas noches de fiestas. Fiestas electrónicas, ¿viste? Estoy re duro todos los días.”
-“Ah, OK. Pero qué raro esta amabilidad tuya… Nadie regala marihuana… ¿Por qué sos tan bueno?”- Preguntó la muchacha con sus últimas cuotas de ingenuidad rozando la boludez.
-“Soy así de bueno. ¿Qué querés que haga?”- Contestó él, con esos aires de superioridad, que sólo los idiotas, los “banana split” tienen.
La chica llama a su amiga con gritos, en medio de la calle. La invita a fumar de esos inocentes cigarrillos con ella:
-“¡¡Vení, Josefa!! ¡¡Vení a fumar acá!!”
-“¡Dale! Ahí voy”- contestó la restante empedernida, al borde del coma... dos puntos... signo de admiración alcohólico. Y fue.
Fumaron aquellas dos jóvenes con ese extraño (que de hermoso, tenía sólo esa bolsa de hachís), y al intentar entrar por alguna puerta/ ventana al mundo real, comenzaron a caminar hacia la parada del colectivo que las llevaría de regreso a su lugar de hospedaje.
-“Ups… ¡Pará boluda!”- expresó Josefa- “¡Boluda… Perdí la billetera!”.
-“Dale, che. No puede ser”- Contestó aquella otra sin entrar en razones de que allí adentro, se encontraban los documentos de ambas, las tarjetas de crédito y débito, carnet de obra social, dinero, y tantos otros etcéteras que de sólo recordarlos, se me llenan las cuerdas vocales de puteadas-.
Josefa, comenzó desesperada a correr hacia el bar de donde habían salido. Pero, como era, sino obvio, lógico, nadie dio respuestas allí. Y mientras aquel mambo subía en ascensor junto con la indignación y los lamentos, la calma renga subía por escaleras rotas.
Los siguientes episodios se resumen en: Joaquina la sigue hasta el bar corriendo (O intentando rogarle a sus pulmones que hagan el esfuerzo). El infeliz que les dio marihuana, le sugiere a Joaquina que se quede con él. Joaquina se rehúsa. Joaquina llega al bar, y un muchacho gentil, le dice que la conoce, que es amigo de su primo y que está demasiado baqueteada. Intenta ayudarlas, ofreciendo su celular, para que Josefa se comunique y cancele sus tarjetas. Hablan con policías aparentemente (mate mediante, risas y caramelos) en servicio, los cuales se desentienden del asunto y las ignoran. Se suben a un taxi y se dirigen a la comisaría para formular la denuncia. El reloj marca las 8 a.m, y el taxista marca $10.
-“¿Tenés para pagarle?”- Pregunta Josefa llorando.
-“Seee”- Contesta la otra, habiendo querido decir “SÍ”.
Josefa desciende del vehículo y presurosamente ingresa en la Comisaría.
Joaquina busca en su cartera, la billetera para abonarle a aquel conductor.
Joaquina no encuentra su billetera.
Joaquina se da cuenta que de algún modo la extravió.
Joaquina se da cuenta, cada vez con más desesperación, que lo más probable es que la haya perdido de un modo similar al de su amiga.
Joaquina comprende al cabo de eternos minutos, que en un descuido, este buen muchacho que obsequiaba cannabis, la abrazó durante dos segundos.
Joaquina hace más memoria, y recuerda alguna mano de ese chico introducida en su cartera durante ese fatídico abrazo.
Joaquina trata de exprimir ese cerebro de mosca que poseía, y recuerda que en el camino a la parada del colectivo, luego de el abrazo a ella, éste forro que las drogó, también le da un efímero abrazo a Josefa.
Joaquina ata cabos, pero jamás pone patos en fila, y comprende que conoció a un hijo de re mil puta que le convidó marihuana a ella y a su amiga, y en un descuido (propio de dos adolescentes con problemas mentales), les robó sus billeteras de la forma más estratega e indignante.
-“Ay, ay, ay. ¡Ahora entiendo todo! ¡Ahora entiendo todo! ¡Ahora entiendo todo! ¡Nos la hizo re bien este hijo de re mil puta, puta mal parida! ¡Nos robó a las dos!”- le manifestó llorando a moco tendido Joaquina, al taxista, que hacía minutos aguardaba a que alguien le abonara el viaje.

-“Perdón nena. Pero, ¿Quién me paga?”.


Moraleja: Mejor fumar habanos de chocolate, que salen más baratos y no te quitan la capacidad de reacción, razonamiento y sentido común.


Carol- Bord

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