El sueño del pibe
Anoche, simplemente, y como frecuento hacer todas las salidas de luna y Clonazepam, me hundí el cuerpo entre las sábanas y presioné con mi cabeza la almohada. Entonces me dormí. Y soñé que me moría.
Un poco atónito, escuchaba Stairway to heaven y la vista se me nublaba paso a paso de sangre.
-“Me siento como en El Juego del miedo VIII”- pensé. Pero luego, recapacité que no podía encontrarme en ese film, porque no había despertado en una bañera ensangrentada, ni caminaba por pasillos macabros, y aunque así fuera, sabía bien que mi vida no había sido tan intensa ni perversa como aquellos personajes que Jigsaw perseguía; a veces, hasta la culpa me invadía cada vez que pisaba una hormiga y pensaba: “Son insectos simpáticos, y son trabajadoras… Sos un buitre malnacido”.
No pasados los tres segundos de estas hipótesis que mi mente creaba, se proyectaron en mi vista, imágenes. Pero no cualquier imagen. Era algo así como una revisión histórica subjetiva… Yo le puse ese nombre. Pensaba en lo raro de todo, pensaba en lo extraño de ver situaciones vivenciadas por mí en la tierra. Se proyectaban momentos de mi vida; el primer día en salita de infantes; las salidas al parque con mi madre (que no dejaba de retarme porque en el arenero donde estaba el tobogán había ¡ARENA!, y eso podía ensuciarme; porque no debía comer golosinas de los puestos callejeros, ya que “vaya a saber uno, hace cuánto las tienen”; porque no tenía que correr alejado de ella); mi primer campeonato de fútbol; mi viaje de egresados; mi primer beso; mi primera masturbación con revistas del Tio Raúl. Veía todos esos momentos de mi vida. Los felices y los no tanto… Vi la tarde en que velamos a Papá, y gracias a eso, pude minuciosamente observar por qué nuestra vecina, la Pocha, lloraba como si el muerto fuese su marido. Reflexioné pues, y entendí. Comencé a pensar que podía llegar a ser una suerte de Truman, que tenía mi propio show. Éste, era “The Ignacio Show”.
Aunque, luego, me apené por mí mismo. Y no hay nada peor que sentir auto- lástima. Porque, como a muchas personas, siempre le tuve rechazo a la lástima. Y sin embargo, este rechazo desaparecía cuando esa lástima, iba dirigida desde mi persona hacia otro ajeno a mí. Y entonces creo que ese sentimiento hacia uno mismo, es de lo peor. Pensaba en lo patético que podía llegar a ser todo, si, sumado a las pocas minitas que me habían dado bola, encima ellas hubiesen sido extras contratadas por la empresa que producía el show de mi vida. Se me puso la piel de gallina unos instantes. Pero ya no sentía mucho, porque claro, estaba muerto.
Y luego, comprendí que las personas con quienes me había topado en mi vida, habían sido muchas. Y que ninguna productora podía costear gastos semejantes en actores y en viajes. Porque yo he viajado mucho, además. Y que en caso de ser así, mi vida era tan monótona como la actividad sexual de un matrimonio cumpliendo bodas de oro, y que habrían levantado ese programa a las pocas semanas por bajo rating.
-“Sexto sentido”- pensé. No sabía ni yo, por qué seguía imaginando que me encontraría rodando una película de mi vida, basada en otra. Quizá, haya sido la frustración de mi existencia, eso de ser un actor prestigioso y reconocido.
Y lo admito, vi gente muerta. Vi desde lejos a Marlon Brando jugando a la casita robada con Walter Olmos. No podía creer lo que mis ojos veían. No podía creer cuántas cosas se podían aprender después de muerto. Pero así era.
Seguí caminando, y aunque no tenía pies que me sostuviesen, pasé por muchas habitaciones: una, que funcionaba como anfiteatro donde hacían audiciones actores desde Moliere y Artaud, pasando por Brittany Murphy y Heath Ledger, y llegando hasta Alberto Olmedo y Ramón Valdez. El teatro, era anfi, porque claro, después del cielo no hay techo. De todas maneras, si lo tuviese no estaría mal, ya que desde algún recoveco, ingresaba un vientito al que yo llamé “chiflete”, y aunque uno esté muerto y se crea que no se puede volver a morir de hipotermia, el frío es insoportable. Les acabo de quitar una duda fundamental que a muchos terrestres invade. Les cuento otro secreto: Yo esperaba a San Pedro ansiosamente, o esperaba que él me espere a mí, y, sin embargo, sólo pude ver a Pedro, junto con Vilma Picapiedra. Me pregunté, si no sería imaginación mía encontrarlos allí. Uno, a veces delira demasiado… Porque los dibujos animados son inmortales. Yo pensaba eso. Pero supongo que andar tanto en ese troncomóvil, lo habrá dejado medio bobo. En fin. Los vi y les pedí un autógrafo, sumamente avergonzado. En verdad, la vergüenza la sentí por sus caras de incomodidad, como si lo que yo estaba solicitando fuese un sacrilegio en ese lugar que, al parecer, ya era mi nueva casa. Ellos, irritados, me explicaron que su función era ser recepcionistas del cielo… Que San Pedro, se había tomado unas vacaciones por el estrés que había sufrido este último tiempo, con semejante demanda de trabajo, por tanto aficionado suicida y adictos empedernidos. Y finalizaron su relato, en que la consultora que los había contratado para ese puesto, había determinado como requisito excluyente para ser seleccionado, llamarse Pedro.
-Ya entiendo- dije, algo desanimado- Discúlpenme el atrevimiento.
-No es nada, muchacho. Lo que le voy a pedir, son sus datos primordiales. Nombre, número de calzado y cantidad de veces que eyaculó en vida.- dijo Pedro, en un tono muy natural.
-Emm, estem… -titubeé- Mi nombre es Ignacio Fernández, calzo 42… Y… Ehh… ¿La otra pregunta la tengo que contestar, señor?
-Por supuesto, y no me llame Señor. Señor es el que está más arriba que yo… que usted… que todos.
-Disculpe –me excusé- Pero, ¿Para qué quieren saber eso?
-Son requisitos estipulados, forman parte de nuestra política. Pero como usted me cae simpático, le comento. Esa pregunta es importante, porque en caso de que la respuesta sea una cifra baja, es responsabilidad nuestra compensar en el cielo, las necesidades que usted sufrió en vida. ¿Se comprende?. Claramente, mi amigo, no le vamos a otorgar un departamento con vista al mar, y cinco mujerzuelas alrededor, porque en el cielo, a diferencia de la tierra, la felicidad no es la lujuria. La pregunta, es para saber frente a qué tipo de persona estamos trabajando. Pude haberle preguntado cuántas veces sufrió en la vida, o cuántas se comió un chocolate… Pero esas son sensaciones ya naturalizadas en los seres humanos. Tanto, que quizá, hasta ni se acuerde de la última vez. Volviendo al eje, en base a su respuesta, puede que obtenga algún beneficio extra en caso de haber sufrido un déficit semental. No sé, por ejemplo, puede que si a usted le gusta la naturaleza, se lo derive a una casa alejada, en un campo. En cambio, si usted ha gozado abundante cantidad de veces de la satisfacción que da una masturbación, o una relación sexual que desencadena en buen puerto, -me guiñó el ojo- no le otorgaremos beneficio alguno aquí, por haber disfrutado en demasía mientras estaba en la tierra. Por eso mismo, le pido me conteste, ¿Cuántas veces eyaculó en vida?
Al margen, de estar anonado por tener frente a mí a Pedro Picapiedra como un maestro dando cátedra de moral, tampoco podía llevar la cuenta de eso que me pedían. Y seguía pareciéndome absurdo.
-No recuerdo, Pedro. No recuerdo.
-Está bien, no se preocupe. Suele pasarle a muchos. ¿Fueron más de cuarenta veces?
-Qué pregunta rara, hombre. Claro que fueron más de cuarenta. No soy tan chico… Tengo 26 años. Si fuesen menos de cuarenta, ya me hubiese visto por acá mucho tiempo antes.
-Entonces usted, oficialmente ya está formando parte de la clase de los No- privilegiados –sentenció Picapiedra-
-¡Cómo se nota que usted viene de la Edad de Piedra, eh! Con todo respeto, pero los estamentos ya pasaron de moda.-dije, indignado- Ahora nos regimos por otra convención social: somos explotados y explotadores. A parte, disculpe, pero cuarenta eyaculaciones las tiene cualquier ser humano en 26 años, y en menos edad también. Es injusto.
-Usted, que recién entra aquí, no me va a decir a mí cómo se rigen allá y como nos tendríamos que organizar nosotros. Usted, limítese a acatar. Cuarenta eyaculaciones, es una cifra muy difícil de alcanzar mi querido… ¡Sabés lo que yo daría!... Encima, pibe, acá no llega la pastilla azul. Y cuando yo vivía, tampoco la tenía. Así que no te quejes, vos ya disfrutaste suficiente. Imaginate las minas que llegan y sienten pena de sí mismas por no llegar siquiera al número 10. Es triste. Y eso, es responsabilidad nuestra de compensar. Entonces estamos nosotros, para regalarles un changüí. Compensarlas con cocinas enormes y luminosas, o patios con mucho verde, para que se hagan amigas de las plantas…
-Perdóneme, pero no sé si una cocina o una planta es todo lo que una mujer frígida necesita. Frígida, sola o anorgásmica (discúlpeme, pero no sé si se dice asi, Don Pedro). Me parece que va más allá, ¿vio? Es algo machista ese pensamiento.
-Ah, sí. Claro. Cocina… Plantas… Me faltaban los platos. En fin, usted pasa por el Sector administración. Allí va a abonar su traje y el certificado de “habitante regular”. Después vuelve aquí, yo se lo sello, y regresa a administración, donde le dan el recibo. De allí, se va al túnel 2, en el cual va a ver un cartel que dice “NO PRIVILEGIADO”. Pide que le den una habitación y ya. Lo demás, se lo va a ir explicando un asistente social que enviamos a todas las habitaciones, junto con un psicólogo y un operador socio terapéutico en caso de que sufra adicciones… Y no tenga para convidar. Eso último fue chiste, Ignacio. Arriba ese ánimo.
Yo no podía creerlo. Jamás creí que morir fuese tan difícil. No obstante, realicé todo ese procedimiento, y hasta tuve que hacerme un chequeo médico, para ver si estaba en el módulo enfermos o módulo aún- no- enfermo.
Al instante, pude ver cómo de mi espalda nacían alas. Y me fui volando hasta los que eran, hasta la noche anterior, mis pagos (en verdad, me fui un poco indignado porque la tarifa de los boletos para volar, era más costosa que la de los ómnibus en la tierra). Y llegué adonde quería llegar. Los vi a todos. Vi a mi madre, llorando a moco tendido… Pensando, tal vez (porque no podía ni hablar por ese llanto de niño sin juguete) que no había nada más triste que enterrar a un hijo. Y yo trataba de explicarle que mal que mal, no estaba sufriendo tanto… Que la burocracia era la misma, y que al menos ahora era un “no privilegiado”, porque consideraban que sexualmente me había ido muy bien en la tierra. Eso me incentivaba. Y la única diferencia, era que ya no la iba a ver más. Bah, ella a mí no me iba a ver más.
También, vi a mi última novia de la mano (muy cálida, por cierto), de Matías, mi mejor amigo, que la consolaba como consuela el amigo a la amiga, que cree que es gay, pero en realidad es espontáneo. Se me pusieron los pelos de punta. También vi a todos mis familiares, porque somos una familia que se suele juntar o reunir en velatorios de parientes… Ya que el hecho de organizar reuniones en casas, a modo de festejo o jolgorio, o por el simple hecho de vernos, nos ocasionaba un sentimiento de “pérdida de tiempo… si total, la tía Chola está más cerca del arpa que de la viola… Ya los vamos a ver a todos”. Vi a mis amigos… En ellos vi un real dolor. Y lo sentí más yo. De saber que jamás me llegaría un mensaje de texto preguntando si jugamos hoy a la pelota; si salimos al bar de Edu a tomar unas birras; si nos juntamos en lo del gordo Leo a hacer un asado…
Ahora no tenía asado ni amigos. Sólo, tenía una montaña de deudas que me agarré, entre otras cosas, por apostarle a un pibe que recién entraba que el riojano “Méndez”, tenía que caer antes de la llegada de la nueva década. Él me dijo: “No tenés idea de la vida, loco… La yerba mala no se muere nunca… Son tipos que son un cáncer para nosotros y nos van matando, pero ellos nunca mueren. Se muere un Favaloro, se muere un Einstein, se muere un Hendrix, pero estos no… Te falta calle loco”.
Y sin darme cuenta, el sueño que tuve se está haciendo largo… Está todo bien, yo me tomé un “clonazepamsito” y alguna que otra cosita más. Lo asumo. Pero no puedo estar viviendo tantos días aquí dentro sin despertarme. Está bien que tengo sueño pesado, que me pasa una murga al lado y no la escucho. Que soy medio marmota, como decía Paola, mi ex. Pero esto ya se torna más largo que insulto de tartamudo. Se está dilatando. Tengo miedo. Es como si mi inconsciente quisiera saber cómo sigue la historia, de chusma nomás. O como si me hubiese quedado profundamente dormido por… diez o doce días.
O, como si, me hubiese quedado profundamente dormido.
Carol-bord Me hago el muerto, como el huracán
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