Recuerdo cómo su mirada me volteó, escuché hoy en una estrofa, que durante mi vida canté más cantidad de veces de las me voltearon miradas. Ineludiblemente me llevó a vos. No precisamente al día en que me mandaste al descenso, sino reconstruí la tarde en que me confesaste que te casarías con la primera hija del fletero que se te cruce. Suficiente la suma de tus partes y esa frase memorable, para que la niña platónica que se armó una carpa en mi geografía, te conserve así de inalcanzable. Quizá lo inalcanzable le escapaba, en verdad, a que mi padre no manejara fletes de mudanza; más bien mi atracción por esa falta de acceso a vos, era justamente, la falta de acceso a vos. Los que idealizamos, no encajamos entre nosotros. Somos como una cruz, citando a una vieja amiga, porque no somos más que dos líneas que se chocan en un punto. Somos dos polos negativos: iguales, que se repelen. Te reíste de mi. Por descubrir una tarjeta de X terapeuta en mi riñonera, desconociendo que el motivo de mis encuentros con ella, eran decisión de mamá y papá, por salir desviada; marimacho y fumaporro.
Y como Guillermo Tell, pero apuntando a mi cabeza, me dejaste muy en claro que seríamos amigos. A lo que mi costado más dotado de orgullo, retrucó (disfrazado de conformidad):
-Seamos amigos... Con derecho a roce - quizá mi neohippismo rollinga, descartaba la utilización de una jerga más adecuada a mi edad y menos cercana a la de las Doñas Pochas-
Y de esa forma, transcurrieron nuestras tardes desopilantes de plaza; nuestras mañanas de indiferencia colegial; y nuestras noches de zigzag; perdiendo en lucidez, lo que ganábamos en compañerismo.
Y cuando, finalmente, tu cosmovisión del mundo me incluía en sus planes, a la pendeja platónica que vive adentro mio, se le fueron las ganas de sentirse sanamente deslumbrada (o amparada de una vez por todas).
Aunque hoy sé que, quizá, los equivalentes idílicos no vayan toda la vida de la mano, la sensación de haber dejado huérfano todo mi penar, aunque sea por esos momentos en que tu ternura me sentía mucho, nadie me la quitará. Nadie es capaz de matarte en mi alma.
Y dudo que alguien más, sea capaz de verme el alma y aceptarla tal cual, inundada de miserias; nadie como vos, capaz de ver mi luz, iluminarme y acomodarme el alma.
Carol-Bord Siempre fui menos que mi reputación...
No hay comentarios:
Publicar un comentario