Escribiéndome... para romper violines

29.5.12

Entre casa


“Cualquiera puede simpatizar con las penas de un amigo, simpatizar con sus éxitos requiere una naturaleza delicadísima.” (Oscar Wilde)
 
La tarde caía en esa casa, donde las costumbres europeas eran fiel referente a seguir. Costumbres, en todo aspecto, para Silvia, salvo por su padecida condición de soltera a los “treintaymonedas”, pero se refugiaba, (como quien se ubica bajo un poste, por miedo a las quemaduras solares), tomando el religioso té de las cinco, todas las tardes junto a Inés. Ese era el confesionario mutuo, aunque salieran de allí, sin querer saber nada de Padres Nuestros (ni suyos), ni Aves Marías (ni esas aves de paso, de las que siempre se quejaban). Era la dosis diaria de catarsis, donde ambas concluían en que mejor sola que mal acompañada, pero peor sola que “por lo menos acompañada”. Aunque para Inés, no dejaba de ser una vivencia cuasi Constelación, por lo inalcanzable y por su profundo, eterno anhelo de cumplirlo algún día (madrugada, o noche… Le era indiferente).

-         Estás loca nena - Decía firme y autoritaria Silvia- Ya hace tiempo te venís equivocando. Desde que ibas a salita de cinco, si mal no recuerdo. ¿Te refresco la memoria? ¿Entendés lo que es? ¿Quién más se equivoca a tan temprana edad? Ese  compañerito de Jardín de Infantes, ¿Cómo era su nombre? En fin, ese, que mirabas con la misma cara de pedófila que me ponés ahora, te hablaba ¡sólo porque quería robarte las Barbys! Y vos, que creías que era un caballero prematuro por ayudarte a guardarlas después… ¡Pero no! Ahora, ese pibe terminó desfilando en la Comparsa de Gualeguaychú y en andá a saber qué otro Antro de pésima muerte, bajo el seudónimo de “Leila”. Y eso, sin recordarte (de buenita, nomás), aquella vuelta que te enroscaste con ese chef, vaya uno a saber de qué parripollo al paso lo sacaste. Pero se ve que estaría tan estresado el chico, que cuando llegaba el momento de verte a vos, sólo tenía fuerza para marcar el teléfono del Delivery, y nunca le daban los dedos para sacar los billetes y pagarle. ¡Pobrecito! ¿No? Bueno, pobre de vos, que ese fue el año en que no pudimos viajar a Florianópolis porque tu billetera, se había muerto de desnutrición. No tenías ni 22 años, y ya contabas con un pasivo tremendo al borde del veraz, y un Haber de 1200 derrotas. Y no aprendés más, nena, te lo digo porque te quiero, pero no aprendés más, porque…

 Y mientras Silvia parecía estar compitiendo con algún idiota para entrar en el Guiness y batir el récord de decir mayor cantidad de palabras en dos minutos, sin escupir ni repetir, al mismo tiempo, incentivaba a Inés, su amiga del alma, a seguir cultivando sus amoríos. Pero, mientras los labios de Silvia continuaban moviéndose y expulsando sonidos, palabrerío y etcéteras, Inés, pulsaba un “STOP” interno, y subía el volumen de la música en su mente (Danubio azul, tal vez) mientras que su rostro, intentaba demostrar interés en lo que parecía (según sus ojos leían de los labios de Silvia), su amiga manifestaba.

 El problema de las hermosísimas amistades que uno conserva desde añares, es que son tan cálidas como brutalmente honestas. Son como una consulta al ginecólogo: él sabe cada parte que te compone, la conoce mejor que una misma, dice verdades que una desconoce, te desnuda  y está naufragando tus miserias. De todos modos, se necesita de él para prevenirse ante cualquier paso equivocado que una haga, en ese terreno. Se necesita al menos, de visitas frecuentes. Así funcionan estas amistades. Cuando está por pronunciar alguna verdad, aquel amigo, internamente uno trata de protegerse; achina los ojos, aprieta los dientes, siente un “Aquí se viene el Huracán”. Y cuando la verdad, ha sido pronunciada por aquella camarada, hay dos caminos: El dolor indefectible que produce saber que se acaba de develar una verdad (que es algo así como una pequeña charla con el inconsciente), ó la evasión total o parcial de estas palabras (ya sea sacando un conejo de la galera, que cambie de tema, ó escuchando como en el caso de Inés música mental). De cualquier forma, Silvia, sostenía la misma postura:

-    ¿Qué esperás que te diga, Inesita?... ¿Qué te vayas a conseguir a un chongo por ahí, como esas regaladas que ante el primer síntoma de desesperación, se exprimen la anatomía con prendas de encaje o animal print? No lo voy a hacer. Yo lo digo todo por tu bien, lo sabés. Pero mirame a mí, qué bien que estoy. Yo puedo seguir mi vida, sin perder la cabeza por no estar con alguien. Pasa que vos, sos muy Susanita. Siempre fuiste así. ¿Sabés qué patético lo de Gabriela, la chica que vive a tres casas? La chica se divorció, pero parece que le sienta feliz la nueva soltería. Ahora deja a los chicos con una piba que los cuida, y ella se va de cacería. Y ¿Tenés idea a qué hora llega? ¡A las 4 de la mañana, nena! Y ni que me dijeras que vuelve con algún señor importante… No, no, no. Nada solemne. Vuelve con zaparrastrosos que le dan un par de copas (y andá a saber qué le ponen), la llevan a sucuchos y le prepararán esas Jarras Locas que pasan en el Noticiario, para mí. ¿Viste que le ponen Kerosene? ¿Sabías eso? ¿Así querés terminar? Mujeres grandes haciendo papelones. ¡Con qué necesidad! Decí que yo soy tu amiga, que si no… Más vale obrar y hablar con prudencia, es lo que digo siempre.
-       Bueno- decía la bombardeada Inés, como pidiendo licencia para meter bocadillo- Yo no creo que esté dando papelones. Perdoname, pero sólo dije que me gustaría encontrar a alguien para formar mi familia. A veces siento que no estaría mal, sentir que alguien me quiere.  No soy Susanita Silvia, tuve varios errores y es normal. No sé si tiene algo que ver que se haga Gay el primer chico que me gustó en el Jardín de Infantes. Como primera experiencia, capaz no fue de las mejorcitas. Ojo, que tampoco es fácil enamorarse por primera vez ¡en tu vida! y esperar a que te digan que sienten lo mismo por vos, y en lugar de eso, te pidan prestada una Barbie y el pintalabios. No me subestimes.
-         ¿Enamorarse?- dijo indignada Silvia- ¿Ena… qué? – Aquí, por la mente de Inés pasaban respuestas como “¡ENANA, NO, POR EJEMPLO! ¡ENAMORARSE,  PEDAZO DE IDIOTA, ¿TE LO DELETREO? ENA, ENA… E- NA- MO- RAR- SE”, pero pese a su hartazgo y debido a su tolerancia, sólo atinó a decir:
-         Sí, enamorarse. Yo sentí cosas lindas por ese chico. Fue el antiquísimo recuerdo en carne viva de lo que es sentir amor, a tan temprana edad. Las mariposas…
-         Ah, bueno- interrumpió oportuna, Silvia- No entendés nada de la vida, ¿te cuento lo que es enamorarse?. Enamorarse, es ir a un parque de diversiones, subirse a la Montaña Rusa excitadísimo por primera vez, efusivo y miedoso. Efusivo, porque es una asignatura pendiente de cualquier ser humano, y miedoso, porque nunca antes lo habías hecho. Y en ese momento, es donde te decís a vos mismo: “Podría estar haciendo cualquier otra cosa que no sea esto, algo menos arriesgado, como por ejemplo, ver la telenovela de las 4, o mirar cómo las hormigas cargan comida a su hormiguero”. Pero te terminás subiendo. Y a medida que avanza la Montaña, cargada de gente feliz, vos te preguntás “¿y ahora cómo sigue todo esto?, ¿qué carajo hago?”. Y no hacés nada, dejás que fluya. Es ahí, cuando comenzás a sentir un tremendo cosquilleo surcándote desde los pies al pelo, una incansable revolución en el estómago (de ahí vienen las tan trilladas y odiosas “mariposas”), experimentás una rara adrenalina y te empieza a gustar, pero no dejás de pensar en lo peor; en que en algún momento se va a terminar: o porque algún desperfecto provoque la caída de la montaña seguida de la muerte de sus pasajeros, ó bien, porque no vas a estar todo el día girando como un nene de 5 años, arriba de un juego ubicado en un Parque a punto de cerrar. Y entonces frena. Y todavía no caés en cuenta que se terminó. Y mirás a tu alrededor, y todo el mundo grita, está contento. Y vos, sentís que se terminó y que el único recuerdo que te quedó de eso, es una secuela en tu estómago nuevamente; que lo que antes eran mariposas (o temblores) en el estómago, ahora son arcadas de tanta voltereta. Y te bajás, y querés vomitar. Y probablemente, algún día quieras repetir esa experiencia, porque el ser humano es el único que se tropieza dos veces con la misma piedra. Y probablemente lo repitas. Y seguramente, tu sensación al bajarte todas las siguientes veces, sea la de querer vomitar. ESO es enamorarse. Quiero que lo sepas. Dura poco, y encima sale caro. Nunca mejor explicado.
-         Te agradezco por la fe que tenés y tuviste siempre en mí, pero vos estás diciendo cosas que no sentís en verdad. Imaginate por un rato tu vida completamente diferente: Convivir con alguien, o no, pero tener ESE tipo de compañía. Y mientras las cosas vayan bien, no vas a tener tantas ganas de vomitar. A menos que te comas una hamburguesa en Constitución. Pero me refiero a ¿Qué pasaría si dejás de analizar todo tanto?
-         Mirá nena, yo ya tengo mis “treintaymonedas” y no me vas a cambiar el pensamiento. Ojo, que me pondría sumamente exageradamente feliz, que encuentres a tu príncipe y bla bla. Ojo, que no es eso. No. Porque vos no lo decís, pero yo te conozco. Ya sé que pensás que me pongo celosa cuando conocés a alguien, pero no es por mí. Yo lo digo por vos, viste. Bueno, no importa. Yo estoy con la conciencia tranquila, porque sé que quiero lo mejor para vos. Bueno, ya está. Contame qué hiciste hoy.
-         ¿A parte de aprender la nueva lección del día de no confiar más en hombres?- Soltó Inés, riéndose tímidamente, como quien acaba de decir lo primero que se le cruzó por la cabeza, sabiendo que sólo tenía que decirlo en su cabeza. Bueno, no tanto, Hoy confié en varias personas. En un cliente, que me dijo que no tenía billete más chico y me sacó todo el cambio. En uno de los proveedores, que me prometió que mañana pasaba a dejarme lo que faltaba del pedido. Ahh, otro cliente, que vino y como era conocido, le fié un par de cosas que se llevó porque no tenía suficiente para pagarme. Igual, él seguro me lo paga hoy.
-         Ah ¿Sí?. Vas a abrir el local de nuevo, sólo por este tipo?.
-         No, voy a abrir la puerta de tu casa, porque creo que está por llegar para buscarme.
-         ¿QUÉEEEE?
-         Vos lo conocés, le dije que iba a estar acá. Hace mucho, mucho que me viene insistiendo en que salgamos. Es que en realidad, él estuvo mucho tiempo enamorado de mí. O como decís vos, en esa montaña rusa por mí. Y por esas casualidades (o causa) hoy vino a comprar y hablamos sobre lo mismo que hablaba recién con vos. Pero desde un punto de vista más positivo, viste. Y es raro ser más positivo que vos. Pero en fin.
-         Ah- dijo seca y más seca Silvia.
-         Le quiero dar una oportunidad, quizá, antes no era el momento.
-         Ah, claro…- dice Silvia, sin encontrar palabras realmente motivadoras- A ver, esperame que acaba de estacionar mi hermano afuera. Pará, que le voy a abrir la puerta a ver qué quiere éste, que ni avisa cuándo viene.
-         Igual, no creo que haga falta que le abras.
-         Tenés razón. Mirá si me quiere pedir plata…Y… pero no lo voy a dejar esperando, mirá si me espía, ¡o se instala en mi puerta!
 

-         No, no. Por eso. No lo dejes esperando. Decile que ahí salgo.
 
 
Carol-Bord

La misma historia, en dos versiones


Ana sí duerme

 Tan al borde de la niebla perpetua, Ana se entregaba al viento para comprobar que aún sentía frío. Para comprobar que aún sentía. Y lo lograba a menudo. Las horas no avisaban. Las horas no pasaban. Hasta ese entonces, los minuteros y segunderos eran pequeños homicidas en formato de reloj. Y ahora, ni ella misma, podía distinguir cuándo acababa y cuándo comenzaba un nuevo día. Gran secuaz del pasado. Solía hablar con él y empaparlo en preguntas sobre dónde estuvo todo este tiempo.
 No se sentía adentro de ella, ni afuera. Ya había dejado de lado los sobretodos, los sacos tejidos por su abuela (quien hoy, tenía más vitalidad que la propia Ana), los había pospuesto para abrigarse con su frustración. Ese pequeño escalofrío, condenaba a su cuerpo a muerte, al ver que había vida más allá de sus cuatro paredes. Y se potenciaba. Su inconsciente, o preconsciente, o conciencia de a ratos, le informaba por cada suspiro ejercido por sus pulmones que no se había convertido en nada similar a aquello que hubiera anhelado ser. Ana se veía hoy a sus treinta y algo, en su casa amueblada y decorada rústicamente, rodeada de voces internas que tranquilamente podían provenir de algún mandato a cumplir. Ella era eso. Inmueble. Muebles. Mandato atascado en el sendero que no conoce el camino de vuelta. Inmóvil su reacción y un gusto a derrota antes de tiempo. Pensaba que lo más improbable era frenar esa rumia mental que lo único que le decía era todo lo que no logró y nunca logrará (o al menos, eso creía). Se miró en el espejo para conversar con alguien que mantuviese la vista fija en ella. Y se encontró atorada en nada. En nadie. Prefirió hacer un enfoque nuevo, un cambio.
 Se replanteó cómo seguir.
 Encendió la radio y, sin piedad, Almendra le decía “…Ana no duerme, espera el día, sola en su cuarto…”. Conspiración universal.
 Prosiguió con su auto-conversación. Y se replanteó cómo terminar.

Ana sí duerme

 Mientras en la ciudad la gente parecía proyectarse como en una película de cine mudo y en modo acelerado, Ana miraba su propia vida como una fotografía. Extrañaba el momento en que se bañaba en impunidad para vestirse, mezclando medias de red negras (más cerca de asfixiar sus piernas que de cubrirlas), con botas de plataforma rojas y un batido que la beneficiaba por regalarle 20 cm de más. Y veía esas imágenes como quien intenta recordar su primer día en el jardín de infantes.
 Sin embargo, ella era una máquina de generar preguntas al pasado, y con sus treinta y algo, no descifraba cómo ahora se sentía en la obligación de llamar “chica” a una mujer de 40 años (en estos momentos le preguntaba al pasado: “¿Te acordás de cuando el recurso que más usábamos para herir psicológicamente a una mujer, era su edad? ¿Te acordás de aquellos “Vieja chusma” a las niñas de 25 en adelante?”).
 La realidad, Ana, es que esas agujitas que giran y nos parecen sólo alertas de nuestras obligaciones, en verdad a veces (sobre todo en momentos como éstos), cumplen un rol. Pero no hay nada más alejado a ellas en cuanto a autoayuda.
 Entonces, nuestra protagonista, se encontró absorta en el fondo de sus miedos. Se dirigió al espejo. Se asustó: vio una fusión entre su madre y su vecina Porota. El espasmo fue aún mayor, en algunas cosas su madre y su vecina le sacaban ventaja.
Ana, no tenía nada que rellene la plaza restante de su cama, ni nadie a quien repetirle que si no estudia no hay postre, y todas aquellas cosas que cuando le eran dichas a ella, la contestación debía ser reprimida por contar a diez. Se dio cuenta de cuán verdugo podría resultar ese insignificante espejo, al que a diferencia de sus preguntas inútiles al pasado (como aquel que le conversa a un ficus), podría ser combatido.
Su primer paso, era marcar sus prioridades y comenzar a amigarse con aquella vida social que en algún otro mundo solía tener. Sintonizó la radio. De fondo, Almendra. “Ana no duerme”. Y cuando sintió que podría plasmar en el papel algo más que garabatos (que la llevarían al neuropsiquiátrico sin escala), oyó el fragmento de la canción “…Ana no duerme, espera el día, sola en su cuarto…”. Clave. Su más natural reacción mientras sentía una conspiración universal contra ella, fue la de regresar al baño y dar el primer paso en su camino al cambio.

Comenzó, entonces, a sociabilizar un poco más de cerca con dos amigos a los que veía más seguido que a su padre: Valium y Diazepam. Y se olvidó que no había escrito nada en su lista, antes de quedarse dormida.


Carol-Bord La vida puede ser una comedia, o una tragedia...

Retrato del bobo



 Se rompió el puente y me caí. Y me sumergí en las olas menos cercanas a míticos icerbergs y punto de partida. Lo peor, es que eran olas color ocre, y yo nunca supe qué era precisamente el color ocre. Incluso, desconociendo, me parecía insulso, insípido. Decir “ocre”, como el que saca al campo de juego al “colorado”, para mandar al descenso al original rojo. Ocre, para mí inútil, absurdo. Absurdo como disgustarse frente a un plato culinario que uno jamás probó. La idea fija al brócoli, sólo por tenerlo a pocos centímetros. Sólo idea fija.
 El ocre raro, también porque esas olas lo habían escogido a él. Ni siquiera a un azul Francia, aunque también sea de público conocimiento que la bandera francesa tiene el mismísimo azul que la estadounidense. Debe ser porque de los yanquis es el mundo, entonces el azul raro, ése azul raro, le pertenece a los franceses, como así también el mayo revolucionario. En fin. Nada más desagradable que el ocre. Y verme a mí mismo hundido, fundido, nadando de noche… ¡Ocre!
 Lejos de casa y pensando en ella. En qué habría sido de mi vida junto a su terquedad, que con sólo mirarme, predecía asquerosamente que íbamos a caer del puente; que ese puente no iba a transformarse en muro, pero que iba a esfumarse de nuestro camino, como lo que rozase el triángulo de las Bermudas. Y el puente expiró. Y con él, mis deseos, mis proyectos, jolgorios. Pero también mis penurias, mi angustia crónica. Porque lo único que prevalecía en esta emboscada, era olvidarse de todo por algún rato para nadar de noche y resguardar mi ¿valiosa? Vida. Era una prueba del destino (¿lo era?). Era una burla, no me jodan.   De todos modos, ¿qué hay, más trillado que el mal hábito humano de culpar al machacado destino?. De otorgarle entidad, piel, ojos, manos y un cerebro maldito que decide cómo serán nuestras vidas y con qué asustarnos. De darle vida, como al Estado, como a un Dios. Pero yo no soy distinto a ellos, y seguiré esa misma línea de plagio universal diciendo que sí. Que el destino me puso a prueba efectivamente; que quería reflejarme de rodillas, cara a cara con el cristal de mi pulsión vital. Quería saber, el destino, si lo que yo buscaba, era vivir. Parecía como si el chiste mpas grande de mi vida, hubiese encarnado en la ola color ocre, para verme luchando contra molinos de viento, con la fuerza que solía tener, y que ella, por error, guardó en su maleta. Y finalmente, cuando toqué el fondo del cliché, me sentí vacío… Pero tapado hasta el extremo de agua; contuve mis ganas de respirar, porque aunque quisiera, esas estúpidas aguas ocre me lo impedían. Yo era un ave de paso atorado bajo los escombros de esa porquería de puente maldito, pero nada amedrentaba mi ánimo de quitarle al mundo un poco más de ácido, para tomármelo de vez en cuando en el desayuno, por algunos años más. 
 Nada me detuvo: Yo quería vivir. Pero, claramente, mientras yacía como un sobreviviente fracasado, sentí como si alguien me tirara bruscamente de los tobillos, y luego me disparara un golpe de aire en la cabeza. Era lógico. Estaba despertando de ese siniestro oleaje ocre, totalmente consciente de haber luchado estoico, con el peligro frente a frente. Desperté con dolor de cabeza, pero consciente de mis sueños. Y en verdad comprendí que todo lo que estaba sintiendo, y todo mi reciente accionar, no era más que un error.   Ella era un error. Entonces, decidí que la llamaría para escupirle al teléfono, vomitar en su recuerdo, contarle que opté por dejar de amarla.
 Me sentí en soledad, pero triunfante.  Recordaba, mientras caminaba hacia la cocina a preparar el peor de los cafés que alguien pudo hacer jamás, a mi madre. Recordé a mi madre en mi andada matutina, y a sus consejos de absolutismo de gurú infalible. Colocaba una cucharadita de azúcar en la taza, y una de sus frases felices me pegaba una piña:

-“Te avisé”- Colocaba la segunda cucharada, y la frase protectora, ahora era:

-“Nunca me gustó esa piba, y siempre te lo dije… Es tan vulgar…”

 A la tercera cucharada sopera de azúcar, mientras mi pulso de neurótico normal, me abandonaba para cederle paso al psicótico brotando, el enunciado materno (de esos que se dicen porque se quiere al hijo), era:

-“Pasa que vos descuidaste la relación, también. No la justifico porque nadie me da tan mala espina como ella. Era yegua. Pero vos te ausentaste mucho por trabajo, por andá a saber qué. Y a ella la endulzó ese perejil de su compañero, con el verso de sátrapa, de amigo que quiere llenar los vacíos del abandono conyugal. ¡Si me lo habrán hecho a mí también en toda mi vida! ¡Embusteros! Y esa yegua agarró viaje, Fabricio. Pero no seas necio, hijito, admití que vos tuviste la culpa. Muy puritana no era, ya te acordás cómo la conociste. Pero…”

 Tiré el café a la mierda, por lo feo y porque ya estaba bastante despierto. Caminé hacia el living, dispuesto a discar el teléfono y decir todo lo que mi autodestrucción nunca me permitió; dispuesto a ser la contracara de mi lineal conducta de perro faldero; listo para decirle cuánto me alegraba el fin de lo nuestro. Y cuán feliz me hacía haberla superado.
 Sonó tres veces. Atendió él. Y fue un dolor bajo.
-Hola, ¿me pasás con Romina?- dije, entrecortado-.
No respondió nada, pero supuse que mientras le informaba a ella de mi espera en el teléfono, tapaba con los dedos el aparato, para que yo no escuchase lo que estaba oyendo perfecto: “El pesado”, dijo. Y atendió Romina:

-¿Qué querés ahora? ¿Qué pasa?  –furiosa, con un dejo de molestia, que más que dejo, era una tonelada-.

-Hola, Romi. Llamo para decirte que… -soy tan patético que quería parafrasear la canción y decirle “Llamo para decirte que te amo”, porque en ese momento se me nubló la mente, y olvidé el verdadero motivo de mi llamado. Lo olvidé por completo. Entonces, la inercia, como si yo fuese su marioneta, respondió por mí:

-Romina, quería decirte que, o sea, te estoy, digamos, te estoy llamando, sí yo te estoy llamando, porque resulta que en realidad…

-Dejá de llamarme –interrumpió mi indecisión- Dejá de joderme o te denuncio, llamo al neuropsiquiátrico, de donde nunca tendrías que haber salido, llamo a la policía, hago que te encierren. ¡No me molestes más, imbécil! No sé… Te va a buscar Hernán a tu casa en cuanto sigas hinchando, y se te van a ir las ganas de llamar. ¿Me escuchaste?


-Romina, tranquilízate, por favor. Necesito verte –rompí en llanto- Por favor te pido. Necesito verte, te extraño como nunca. Romina por favor… ¿Vamos a tomar un café?


Carol-Bord Y yo desperté, queriendo soñarla...

14.5.12

Violencia... ¿es mentir?

 Caminando por la calle, con la famosa laguna mental como aliada, me topé con un graffiti que afirmaba: "La violencia es el néctar de los ignorantes". No logro entender todavía si lo que se remarcaba era cierta perpetuidad de la masa ignorante, al tomar la analogía mitológica néctar-elixir  o se buscaba destacar, que lo único que pueden producir las mentes ignorantes es violencia. Y sin embargo, no hace falta caer en la bolsa de lo socialmente legitimado como ignorante. Para nada ignorante es la elocuencia publicitaria que apunta con dardos y balas a la mente inferior, la cual es violentada; empujada a buscar tener, por cualquier medio, eso que no necesita. Violencia es tener que esperar que el sistema legislativo comprenda, que un señor con adicción al forzamiento ejercido para tener sexo con mujeres, no se cura con seis meses de encierro, como un engripado que tome Ibuprofeno. El juego de roles víctima-victimario, a lo largo de la historia universal, termina siendo bastante violento. Los hebreos dejaron en claro, en la antiguedad, que la pena valía sólo para el que ejerza el acto de violación, no así para la víctima. Sí, valía aclararlo. En Grecia, el violador, como sanción moral, debía contraer matrimonio con su ultrajada. Condición necesaria para que sigan con sus vidas.En Roma, luego de ser fundada mitológicamente por los hermanitos fruto de una violación, se dejaba bien en claro que el mayor disfrute en esa relación de subordinación, lo sentía la sometida, la víctima. Era ella quien tenía culpabilidad total del hecho y su violador, simplemente uno más del montón. ¿Pretendíamos un desafío a la historia, al creer que sería imposible, escuchar por nuestros tiempos que una atorranta fuera de contexto, con escote y rimel estaba buscando en verdad, tentar a la animalidad masculina? Ilusos. De allí parte la necesidad imperiosa, de instruir a nuestras chicas en materia socio-sexual; explicándoles que cuando salgan a la vereda a comprar pan, puede que haya algún que otro señor con una animalidad desarrollada al extremo, y que en esos casos, ella es quien debe tomar recaudo, estar prevenida, gritar para que nadie la escuche. De allí parte la obviedad de no tener que instruir a nuestros chicos en materia socio- sexual; siendo innecesario explicarles sobre su no- deber de forzar a ninguna señorita, ya que las verdaderas victimarias son ellas.
 Los estamentos, las clases sociales, y el análisis que sobre ellos recayó por los siglos de los siglos, también nos muestra que no sólo algunos expulsan la violencia como néctar. Aristóteles, discípulo de Platón, confirmaba la  necesidad de esclavitud: "Así, el ser que con su inteligencia puede prevenir las cosas es un jefe natural y por naturaleza dueño, y aquel que con su vigor corporal es capaz de realizar las cosas, por naturaleza es un subordinado y es esclavo por naturaleza...". ¿Acaso estos fueron antecedentes históricos para el materialismo histórico? ¿Acaso fue un antecedente para que Lombroso  estableciera luego, las características físícas de un delincuente, afirmando y recontra afirmando que algunos nacen para amos, otros para esclavos, otros para el encierro y los restantes para ser reconocidos y exitosos? Una amiga me diría que la básica soy yo, que cada cual se adecua a sus tiempos y acorde a eso, desarrolla sus ideas. Bullshit . Lo cierto es que pasaron dos milenios, mutaron los sistemas, pero lo único que cambió fue la moda. Eso es violento. ¿Marx era un lunático, diciendo que sin conflicto no habría cambio; que sin violencia, no habría bienestar? En efecto, no lo era. ¿La Revolución Industrial no fue violenta? Probablemente para el imaginario social no lo sea; probablemente signifique el paso a un nivel de mejoría socio-económica. Pero también, probablemente, sea una fría y violenta revolución en donde a parte del paso de trabajo manual, a productos manufacturados, primaba el hacinamiento, las carencias, la explotación infantil.
 La violencia no define a los ignorantes, sino los produce. Los moldea como más les guste, incluso, haciéndoles creer, que ella realmente es una piña en el tabique, o un insulto, o un malentendido en mentes susceptibles. Sí, violencia es mentir (nos). Violencia también es aplaudir al Nobel de la Paz, con bases militares en el mundo.Violencia es estancamiento a través de los años. Desde golpear como primitivo, un artefacto que dejó de funcionar, hasta alimentar, pacíficamente acomodados desde nuestro living, los golpes bajos de un sistema que tan bien le hace a nuestra dignidad.

"La violencia, es el miedo a los ideales de los demás" (M Gandhi)

 Carol-Bord En un mundo en el que nos escondemos para hacer el amor, mientras la violencia la practicamos a plena luz del día...

12.5.12

¿Desde qué lugar se escribe sobre rarezas?

Un concepto sociológico, afirmaría, que lo que se trata de buscar es el costado natural de todo evento social, porque, escarbando un poco, se encuentra uno frente a frente con lo culturalmente impuesto y lo poco natural que eso resulta. Desnaturalizar lo social; quitarle la carga establecida a los hechos sociales, verlos con ojos realistas que analicen si en verdad, por inercia, un hombre se apalea con una mujer, y repentinamente, lo anti-natural termina siendo la unión hombre-hombre o mujer-mujer. Lo mismo sucede todo el tiempo. 
 De lo anti natural, o poco aceptado por criterios propios, es que surge una nueva problemática: Lo raro. ¿Hay rarezas objetivas? Se presenta de rara forma la respuesta; lo que le escape al consenso del que hablaba Durkheim, es raro. 
 En un ghetto, sin lugar a dudas, será raro divisar a un señor con sotana, deseando felicidades un 31 de Diciembre, e incluso chocante (quizá más chocante sería divisarlo fuera del ghetto, entablando íntima afinidad con menores de edad).                           
 En la India, seguramente, observar a una familia reunida en una mesa, rindiéndole culto al “aplauso para el asador”, sería no sólo signo de desafío demoníaco, sino también un panorama digo del destierro.  
 Y sin embargo, mi ojo autocrítico que rara vez se decide a admitirse equivocado, también encuentra raro, escucharme emitiendo frases del tipo “Esto es raro”; “Vos sos raro”; “Es muy raro”, y etcéteras. Claro está, que uno (lo admito; decir "uno" es cosificar al sujeto que es uno mismo en verdad, para quitarle la angustia que produce asumir que en verdad "Soy yo quien hace eso"), como decía, las personas, parten del lugar dogmático en que se sienten, del Evangelio Sociocultural. Pero la problemática se torna aún más intrincada, cuando la contratapa del Evangelio nos muestra a otro individuo señalando con el dedo acusador, las rarezas halladas en nuestra conducta. Levantarse de una confitería (que a diferencia de los dinosaurios, existen incluso en el siglo XXI), voltear para confirmar que no se ha cometido ningún olvido, y tomar varios terrones de azúcar Y/o endulzante dietético. Probablemente, le resulte sumamente raro al señor moralina de la mesa de al lado, quien internalizó, a su vez, como acto natural, tener empleados en negro. 
 Y mientras tanto, me suceden estas vueltas de rombo, girando entre las reflexiones filosófico-baratas, para desembocar en que no he de inventar la pólvora, pero sí, acabo de llevarme un chasco prematuro. Que pone a prueba mi nivel de ego, de una forma totalmente cruda: comprender que mientras le busco lo raro a lo cotidiano, para hacer más amena mi realidad, hay otras personas encontrando rarezas en mis búsquedas de felicidad, o simplemente (y a libre interpretación, si eso es mejor o peor), en mi persona.




Carol-Bord Rara como encendida...

3.5.12

De absurdas atracciones

 El blanco de atracción de los seres humanos, es tan variado como cuestionable. En medio Oriente, por ejemplo, las mujeres ven el mundo tangible, con menos claridad que Stevie Wonder; sus velos son emblema y respeto... Y eso al macho ha de excitarlo demasiado. En China, el famoso suceso que recae sobre las bebas recién nacidas, con sus cajitas como cárcel de pies, a fin de que los mismos no crezcan demasiado, dio lugar a que los hombres chinos, antes que mirarlas a los ojos, o mediomirarlas, espíen minuciosamente si los pies femeninos, son lo pequeño como para invitarlas a salir. Claro que el fetiche del pie, no muere en Asia. 
 Los occidentales, por ejemplo,  dependiendo desde dónde se mire, tienen prototipos muy definidos y siendo, por definición, el centro umbilical del universo, convierten a sus gustos culturales como los únicos posibles. Un anglosajón, indudablemente, hará culto al pollo frito, y en ausencia del mismo, a la mujer estilo Baywatch.
 Un boricua, tendrá una tendencia a la fijación visual (y acaso perdición) sobre las prominentes caderas femeninas. Bajando un poco más, llegando hasta nuestros pagos, es claro que, el objeto de deseo que pertenece al otro objeto de deseo denominado mujer, que quita el sueño y estabilidad masculina... Me perdí; Los hombres ya no miran más el culo y las tetas. No lo miran más, o los piropos que en mí recaen son: o bien falacias, o bien mi cabeza que crea personajes que emiten cosas elegantes (pero no irreales) que quiere escuchar. Todos personajes por mi desconocidos y distintos. Buenos Aires, Argentina. Año 2012.

1) Realmente, el color rojo en los labios, te sienta muy bien.

2) Debo admitir que tu piel es muy linda; muy suave.

3) El mechón rubio te queda muy bien.

4) Tu ombligo es excitante.

 Seguiré, pues, buscando motivos a estos dichos; seguiré formulando hipótesis conmigo misma. Preguntándome ¿me tomarán el pelo?, Si lo hacen ¿se tomarán un Uvasal después?; ¿Lo dirán en serio, y son los nuevos hombres del S. XXI, que reconocen los colores en los labios femeninos; distinguen cuándo una fue a la peluquería, detectan la textura de una piel sin siquiera tocarla, y se estimulan con ombligos?

¿Sos vos, o soy yo?


Carol-Bord Yo estoy al derecho... Dado vuelta estás vos.