Escribiéndome... para romper violines

29.5.12

Entre casa


“Cualquiera puede simpatizar con las penas de un amigo, simpatizar con sus éxitos requiere una naturaleza delicadísima.” (Oscar Wilde)
 
La tarde caía en esa casa, donde las costumbres europeas eran fiel referente a seguir. Costumbres, en todo aspecto, para Silvia, salvo por su padecida condición de soltera a los “treintaymonedas”, pero se refugiaba, (como quien se ubica bajo un poste, por miedo a las quemaduras solares), tomando el religioso té de las cinco, todas las tardes junto a Inés. Ese era el confesionario mutuo, aunque salieran de allí, sin querer saber nada de Padres Nuestros (ni suyos), ni Aves Marías (ni esas aves de paso, de las que siempre se quejaban). Era la dosis diaria de catarsis, donde ambas concluían en que mejor sola que mal acompañada, pero peor sola que “por lo menos acompañada”. Aunque para Inés, no dejaba de ser una vivencia cuasi Constelación, por lo inalcanzable y por su profundo, eterno anhelo de cumplirlo algún día (madrugada, o noche… Le era indiferente).

-         Estás loca nena - Decía firme y autoritaria Silvia- Ya hace tiempo te venís equivocando. Desde que ibas a salita de cinco, si mal no recuerdo. ¿Te refresco la memoria? ¿Entendés lo que es? ¿Quién más se equivoca a tan temprana edad? Ese  compañerito de Jardín de Infantes, ¿Cómo era su nombre? En fin, ese, que mirabas con la misma cara de pedófila que me ponés ahora, te hablaba ¡sólo porque quería robarte las Barbys! Y vos, que creías que era un caballero prematuro por ayudarte a guardarlas después… ¡Pero no! Ahora, ese pibe terminó desfilando en la Comparsa de Gualeguaychú y en andá a saber qué otro Antro de pésima muerte, bajo el seudónimo de “Leila”. Y eso, sin recordarte (de buenita, nomás), aquella vuelta que te enroscaste con ese chef, vaya uno a saber de qué parripollo al paso lo sacaste. Pero se ve que estaría tan estresado el chico, que cuando llegaba el momento de verte a vos, sólo tenía fuerza para marcar el teléfono del Delivery, y nunca le daban los dedos para sacar los billetes y pagarle. ¡Pobrecito! ¿No? Bueno, pobre de vos, que ese fue el año en que no pudimos viajar a Florianópolis porque tu billetera, se había muerto de desnutrición. No tenías ni 22 años, y ya contabas con un pasivo tremendo al borde del veraz, y un Haber de 1200 derrotas. Y no aprendés más, nena, te lo digo porque te quiero, pero no aprendés más, porque…

 Y mientras Silvia parecía estar compitiendo con algún idiota para entrar en el Guiness y batir el récord de decir mayor cantidad de palabras en dos minutos, sin escupir ni repetir, al mismo tiempo, incentivaba a Inés, su amiga del alma, a seguir cultivando sus amoríos. Pero, mientras los labios de Silvia continuaban moviéndose y expulsando sonidos, palabrerío y etcéteras, Inés, pulsaba un “STOP” interno, y subía el volumen de la música en su mente (Danubio azul, tal vez) mientras que su rostro, intentaba demostrar interés en lo que parecía (según sus ojos leían de los labios de Silvia), su amiga manifestaba.

 El problema de las hermosísimas amistades que uno conserva desde añares, es que son tan cálidas como brutalmente honestas. Son como una consulta al ginecólogo: él sabe cada parte que te compone, la conoce mejor que una misma, dice verdades que una desconoce, te desnuda  y está naufragando tus miserias. De todos modos, se necesita de él para prevenirse ante cualquier paso equivocado que una haga, en ese terreno. Se necesita al menos, de visitas frecuentes. Así funcionan estas amistades. Cuando está por pronunciar alguna verdad, aquel amigo, internamente uno trata de protegerse; achina los ojos, aprieta los dientes, siente un “Aquí se viene el Huracán”. Y cuando la verdad, ha sido pronunciada por aquella camarada, hay dos caminos: El dolor indefectible que produce saber que se acaba de develar una verdad (que es algo así como una pequeña charla con el inconsciente), ó la evasión total o parcial de estas palabras (ya sea sacando un conejo de la galera, que cambie de tema, ó escuchando como en el caso de Inés música mental). De cualquier forma, Silvia, sostenía la misma postura:

-    ¿Qué esperás que te diga, Inesita?... ¿Qué te vayas a conseguir a un chongo por ahí, como esas regaladas que ante el primer síntoma de desesperación, se exprimen la anatomía con prendas de encaje o animal print? No lo voy a hacer. Yo lo digo todo por tu bien, lo sabés. Pero mirame a mí, qué bien que estoy. Yo puedo seguir mi vida, sin perder la cabeza por no estar con alguien. Pasa que vos, sos muy Susanita. Siempre fuiste así. ¿Sabés qué patético lo de Gabriela, la chica que vive a tres casas? La chica se divorció, pero parece que le sienta feliz la nueva soltería. Ahora deja a los chicos con una piba que los cuida, y ella se va de cacería. Y ¿Tenés idea a qué hora llega? ¡A las 4 de la mañana, nena! Y ni que me dijeras que vuelve con algún señor importante… No, no, no. Nada solemne. Vuelve con zaparrastrosos que le dan un par de copas (y andá a saber qué le ponen), la llevan a sucuchos y le prepararán esas Jarras Locas que pasan en el Noticiario, para mí. ¿Viste que le ponen Kerosene? ¿Sabías eso? ¿Así querés terminar? Mujeres grandes haciendo papelones. ¡Con qué necesidad! Decí que yo soy tu amiga, que si no… Más vale obrar y hablar con prudencia, es lo que digo siempre.
-       Bueno- decía la bombardeada Inés, como pidiendo licencia para meter bocadillo- Yo no creo que esté dando papelones. Perdoname, pero sólo dije que me gustaría encontrar a alguien para formar mi familia. A veces siento que no estaría mal, sentir que alguien me quiere.  No soy Susanita Silvia, tuve varios errores y es normal. No sé si tiene algo que ver que se haga Gay el primer chico que me gustó en el Jardín de Infantes. Como primera experiencia, capaz no fue de las mejorcitas. Ojo, que tampoco es fácil enamorarse por primera vez ¡en tu vida! y esperar a que te digan que sienten lo mismo por vos, y en lugar de eso, te pidan prestada una Barbie y el pintalabios. No me subestimes.
-         ¿Enamorarse?- dijo indignada Silvia- ¿Ena… qué? – Aquí, por la mente de Inés pasaban respuestas como “¡ENANA, NO, POR EJEMPLO! ¡ENAMORARSE,  PEDAZO DE IDIOTA, ¿TE LO DELETREO? ENA, ENA… E- NA- MO- RAR- SE”, pero pese a su hartazgo y debido a su tolerancia, sólo atinó a decir:
-         Sí, enamorarse. Yo sentí cosas lindas por ese chico. Fue el antiquísimo recuerdo en carne viva de lo que es sentir amor, a tan temprana edad. Las mariposas…
-         Ah, bueno- interrumpió oportuna, Silvia- No entendés nada de la vida, ¿te cuento lo que es enamorarse?. Enamorarse, es ir a un parque de diversiones, subirse a la Montaña Rusa excitadísimo por primera vez, efusivo y miedoso. Efusivo, porque es una asignatura pendiente de cualquier ser humano, y miedoso, porque nunca antes lo habías hecho. Y en ese momento, es donde te decís a vos mismo: “Podría estar haciendo cualquier otra cosa que no sea esto, algo menos arriesgado, como por ejemplo, ver la telenovela de las 4, o mirar cómo las hormigas cargan comida a su hormiguero”. Pero te terminás subiendo. Y a medida que avanza la Montaña, cargada de gente feliz, vos te preguntás “¿y ahora cómo sigue todo esto?, ¿qué carajo hago?”. Y no hacés nada, dejás que fluya. Es ahí, cuando comenzás a sentir un tremendo cosquilleo surcándote desde los pies al pelo, una incansable revolución en el estómago (de ahí vienen las tan trilladas y odiosas “mariposas”), experimentás una rara adrenalina y te empieza a gustar, pero no dejás de pensar en lo peor; en que en algún momento se va a terminar: o porque algún desperfecto provoque la caída de la montaña seguida de la muerte de sus pasajeros, ó bien, porque no vas a estar todo el día girando como un nene de 5 años, arriba de un juego ubicado en un Parque a punto de cerrar. Y entonces frena. Y todavía no caés en cuenta que se terminó. Y mirás a tu alrededor, y todo el mundo grita, está contento. Y vos, sentís que se terminó y que el único recuerdo que te quedó de eso, es una secuela en tu estómago nuevamente; que lo que antes eran mariposas (o temblores) en el estómago, ahora son arcadas de tanta voltereta. Y te bajás, y querés vomitar. Y probablemente, algún día quieras repetir esa experiencia, porque el ser humano es el único que se tropieza dos veces con la misma piedra. Y probablemente lo repitas. Y seguramente, tu sensación al bajarte todas las siguientes veces, sea la de querer vomitar. ESO es enamorarse. Quiero que lo sepas. Dura poco, y encima sale caro. Nunca mejor explicado.
-         Te agradezco por la fe que tenés y tuviste siempre en mí, pero vos estás diciendo cosas que no sentís en verdad. Imaginate por un rato tu vida completamente diferente: Convivir con alguien, o no, pero tener ESE tipo de compañía. Y mientras las cosas vayan bien, no vas a tener tantas ganas de vomitar. A menos que te comas una hamburguesa en Constitución. Pero me refiero a ¿Qué pasaría si dejás de analizar todo tanto?
-         Mirá nena, yo ya tengo mis “treintaymonedas” y no me vas a cambiar el pensamiento. Ojo, que me pondría sumamente exageradamente feliz, que encuentres a tu príncipe y bla bla. Ojo, que no es eso. No. Porque vos no lo decís, pero yo te conozco. Ya sé que pensás que me pongo celosa cuando conocés a alguien, pero no es por mí. Yo lo digo por vos, viste. Bueno, no importa. Yo estoy con la conciencia tranquila, porque sé que quiero lo mejor para vos. Bueno, ya está. Contame qué hiciste hoy.
-         ¿A parte de aprender la nueva lección del día de no confiar más en hombres?- Soltó Inés, riéndose tímidamente, como quien acaba de decir lo primero que se le cruzó por la cabeza, sabiendo que sólo tenía que decirlo en su cabeza. Bueno, no tanto, Hoy confié en varias personas. En un cliente, que me dijo que no tenía billete más chico y me sacó todo el cambio. En uno de los proveedores, que me prometió que mañana pasaba a dejarme lo que faltaba del pedido. Ahh, otro cliente, que vino y como era conocido, le fié un par de cosas que se llevó porque no tenía suficiente para pagarme. Igual, él seguro me lo paga hoy.
-         Ah ¿Sí?. Vas a abrir el local de nuevo, sólo por este tipo?.
-         No, voy a abrir la puerta de tu casa, porque creo que está por llegar para buscarme.
-         ¿QUÉEEEE?
-         Vos lo conocés, le dije que iba a estar acá. Hace mucho, mucho que me viene insistiendo en que salgamos. Es que en realidad, él estuvo mucho tiempo enamorado de mí. O como decís vos, en esa montaña rusa por mí. Y por esas casualidades (o causa) hoy vino a comprar y hablamos sobre lo mismo que hablaba recién con vos. Pero desde un punto de vista más positivo, viste. Y es raro ser más positivo que vos. Pero en fin.
-         Ah- dijo seca y más seca Silvia.
-         Le quiero dar una oportunidad, quizá, antes no era el momento.
-         Ah, claro…- dice Silvia, sin encontrar palabras realmente motivadoras- A ver, esperame que acaba de estacionar mi hermano afuera. Pará, que le voy a abrir la puerta a ver qué quiere éste, que ni avisa cuándo viene.
-         Igual, no creo que haga falta que le abras.
-         Tenés razón. Mirá si me quiere pedir plata…Y… pero no lo voy a dejar esperando, mirá si me espía, ¡o se instala en mi puerta!
 

-         No, no. Por eso. No lo dejes esperando. Decile que ahí salgo.
 
 
Carol-Bord

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