La suerte de principiante
Uy, ¡mi
Dios! ¡Son doce! Como los apóstoles, pero sin un mesías. O bueno, el mesías
vendría a ser… ¿yo?. Claro, la guía, el que los acompaña en este valle de los
comensales del Club de los italianos. No es que me invada el pánico frente a
estas doce desagradables caras. ¡Es que a parte de sus desagradables caras,
también estoy atendiendo a un salón LLENO! No es tampoco que sean desagradables
sus caras. Digamos, ahora los estoy empezando a conocer un tanto mejor; las
caras y el modo en que sus ojos se tornan lagrimosos y sus mandíbulas mueren,
son datos infalibles, que hacen que aunque alguien los vea por primera vez, ya
sepa que su postre será un Blenders on the rocks, y que sus comentarios serán
de lo más alejado a lo que uno, como persona sensata, pretende oír. Son ellos
desagradables. Mi jefe es desagradable.
Allí, desde
el otro lado de la bisagra que nos ve entrar y salir a nosotras con abundantes
platos y bandejas de café, se encuentra la bestia indomable. Se encuentra él;
la especie a exterminar; Gregor Samsa. Se encuentra mi adorado jefe. ¿Acaso
dije desagradable antes? Ups, debió ser una equivocación… Un “error de la
hipotimia” (¿sufrirá trastornos de hipotimia?). Se encuentra él. Quien tiene
más condimentos y salsas para acompañar su arte culinario, que personas que
aguanten su mirada fija cocainómana.
Sí, gambas
al ajillo. Está bien. Sí. Las gambas al ajillo tienen… Ay, señor cliente, qué
pregunta la suya… ¡Tienen ajillo!... El ajillo es un, digamos, una este, un,
una especia con salsa y este, y papas… AHH estem, ¿la mayonesa de atún?... que
qué tiene la mayonesa de atún… Veamos… La mayonesa de atún tiene… Mayonesa, y
tiene pedacitos de atún… Ups (¿El efecto dominó con mi jefe me habrá convertido
en una completa imbécil?). Mm, bueno. Perfecto; tres gambas al ajillo; un bife
de chorizo bien cocido mariposa abundante como para compartir a la riojana pero
sin arvejas, en vez de papas fritas papas al natural y los huevos fritos, si
puede ser, en un plato aparte; una suprema al roquefort acompañada de una ensalada
no muy grande (¿?) de radicheta, rúcula y no tanto parmesano, pero que tengan
parmesano, y si puede ser un platito con ajo y aceite… Ah, y otro con limón;
Cuatro cazuelas de mariscos pero por favor, que salgan con abundantes bichos de
mar (Aquí no me haré cargo; yo soy de tierra); Una porción de ñoquis a la
manteca; Una de ravioles de verdura con salsa bolognesa y estofado aparte; Y
una de tallarines a la vóngole, pero por
favor, si puede ser, con más berberechos que salsa y estofado también aparte.
Ellos no
tienen idea de que mientras debaten abiertamente con más tiempo que neuronas,
yo hago malabares para llevar registro con mi birome de lo que ordenarán: trato
de no hacer garabatos para que la bestia pop que me paga el sueldo y, a la vez
cocina, no me diga que mi letra es ilegible en un tono poco amable; de no hacer
tachones y arabescos imposibles pese a la tensión; de no anotar alguna que otra
cazuela de mariscos de más (ni de menos); trato de no ser torpe; trato de no
ser yo.
No tienen
idea, no tienen noción, no tienen sentido común, y no tienen un dentífrico en
sus casas que no haya expirado. Es obvio lo que van a tomar, por eso no lo
piden. Un López grande, cada tres. Tampoco tienen idea que mi jefe (a quien de
ahora en adelante llamaremos Voldemort), nos exige que todas las botellas de
vino vacías que saquemos de esa mesa, las coloquemos en nuestra bodega en fila.
NO para mostrarles cierto sentimiento de respeto hacia el agua bendita que
beben; sino para llevar control de la cantidad de alcohol que están
consumiendo. NO para cuidar de la salud de estos señores andropáusicos, sino
para que ninguno se pase de vivo y le
quiera garcar al patrón una botella sin
pagarla.
Claro que
algunos gajes del oficio son equivocarse de vez en cuando la salsa de tal o
cual pasta; el tamaño de tal o cual vino; la medida dietética de la bebida que
encargan (siempre, siempre, y nunca falla; luego de ordenar una milanesa a
caballo, la bebida será gaseosa dietética, y el postre varía entre bochas de
helado o flan mixto). No obstante, me concedo algún changüí e incluyo entre
esas equivocaciones, una que a Voldemort lo pone tan contento… EL PLATO DEL
COMENSAL.
Lo admito.
Me equivoqué de plato. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa… Por eso
ruego a Santa María siempre Virgen… (Sé, claro… Una santa maría que tuvo un
pibe con el himen cristalino, incluso en tiempos donde no existía la tele).
Pero tampoco puedo divagar tanto en mis concepciones de la vida, porque tengo a
la bestia peluda parada en frente mío, con tics de drogodependiente en
abstinencia, balbuceando todo tipo de calificativos hacia mi persona, menos los
lindos. Pronunciando palabras en tonos elevados a los usuales en una persona
cuerda, y en resumen: cagándome a pedos porque bajé un pedido en una mesa donde
no debí hacerlo.
Pero no todo
termina ahí. O mejor dicho, sí. Todo termina en su palabra. No atines a
contestarle, incluso aunque tengas razón. A la bestia Pop, le encanta saber que
su Tio Mussolini, le ha dejado el legado de la autoridad patronal.
El
comienzo de todo
Por
recomendación di a parar aquí. Para trabajar con gente que nació en el rubro
gastronómico; para trabajar con gente que la primera palabra que pronunció en
su vida fue; “comanda” en sustitutivo de mamá, y “perro” en reemplazo de papá.
La persona
responsable de mi aterrizaje paracaidista; de mi desempeño como camarera de
este lugar, a quien no daré a conocer públicamente, ni intentaré describir (rubia,
con rulos, femenina, amiga de mi madre, habitué del Restaurant, y alguien que
sabía de mis aptitudes poco habilidosas), tenía mayor inocencia que ganas de
hacerle a Voldemort la vida miserable conmigo como empleada. Claro está que por
miserable, entendemos el sólo hecho de emplearme a mí. No es miserable quien
paga por la mitad de los trabajos que uno en verdad realiza; por la intensidad
horaria que requiere la labor del empleado en días de movimiento; quien vive
entre el aceite y el horno y las penas de sacar a flote su concesión a merced
de su ánimo de estar embriagándose con algún amigo (incluso, aunque afirme todo
el tiempo que sus únicos amigos son los billetes con la cara del Gral. Rocca).
Todo por demostrar que puede triunfar como pequeño burgués y asimismo alimentar
a sus veintitrés hijos. No por eso Voldemort era un completo infeliz; lo era
simplemente por emplearme a mí. Al menos eso decía, y aunque sea verdad que
todo era suyo, y que él mandaba, y que sus empleados no debíamos de pensar,
porque no nos pagaba por ello, yo sabía en el fondo que él no era así. Que convivía en él, algún dejo de humanidad.
Y asi fue,
pasé de estar deambulando por el mundo de “Rock and roll all night and party
everyday“ a ser alguien que toma semejante responsabilidad, aunque mi
experiencia como mesera sea tan cierta como la carrera de ingeniería de Graciela
Alfano. Y también, creo que haber estudiado teatro toda mi vida, me dio la
única herramienta que yo necesitaba para que no me despidieran: Actuar como si
lo que exigía mi trabajo yo ya lo supiese hacer. Claramente, algunas veces
actúo mejor que otras.
La comanda y el perro… “Voy atrás”
Comanda:
Dícese del papel en donde figuran los pedidos del cliente, el cual es anotado
de puño y letra por el mozo/moza, y muchas veces criticado por quien debe
descifrarlo.
Hay una ley
de Murphy respecto a la comanda de la camarera: Cuando creas que tu lapicera
cargada de tinta, dejará de escribir, lo hará y no preguntes por qué. Lo hará
en el mismo instante que menos lo esperes y será lo bastante molesto como para
interrumpir al cliente para ir a buscar otra lapicera, que jamás encontrarás y
luego regresar a su mesa, decidida a tomarle el pedido que habías comenzado a
tomar veinte minutos antes.
Perro:
Acción y efecto de abatatarse, sobrepasarse, según la jerga gastronómica;
básicamente cuando vienen hordas de personas (fines de semana), como si se
pusieran de acuerdo para llegar todas a la misma hora, y generar en el personal
de trabajo sensaciones de pases cocainómanos, en donde se debe hacer todo
rápido y bien.
¿Quién dijo
que el trabajo de camarera es fácil, o incluso, una “pavada”? Uno ejercita sus
dos hemisferios a la vez, la memoria de elefante, las habilidades sociales, las
capacidades motrices, la rapidez mental y el estado físico. Todo por… ¡PROPINAS
DEL DIEZ POR CIENTO DEL TOTAL QUE GASTE EL CLIENTE! (bueno, a veces algunos
clientes fallan en matemáticas, o simplemente, la menor cantidad de veces,
falla a secas).
Sin embargo,
la efectividad en las comandas, y la superación de ese perro que ladra
insoportablemente, es lo que hace que ese diez por ciento, uno se lo gane,
transpirando literalmente la gota obesa.
Y también,
en el oficio, hay muletillas que sólo de este lado de la cocina conocemos. El
término “Voy atrás”; “Voy quemando”; “Voy caliente”; “Voy que pelo”, se utiliza
para atravesar esa puerta que conecta a la cocina con el salón, y el motivo de
esa utilización, es para no tener que pagar literalmente los platos rotos. A
modo de organización. A modo de saber que el otro viene, que me tengo que
correr, que aviso cuando voy, que voy cargada, así nadie se interpone. Yo no
quiero extenderme mucho en mi advertencia de
“Guarda que voy atrás cargada quemando”, asi que simplemente emito un seco
y decidido “voy” o “voy atrás”. Y resuena en mi cabeza una y otra y otra vez.
Debe ser por eso que la gente en las filas del subte me mira raro, cuando, en
lugar de pedir permiso para pasar, exclamo descontextualizada totalmente:
-“Voy
atrás”.
Y bueno, la
bestia peluda convive con mi materia gris. Él y su innecesaria mirada vengativa
están siempre paraditos, al lado de mis raíces capilares. No lo puedo
evitar. Discúlpeme
que me extendí, oficial Gómez. Pasa que el sueño de mi vida era ser actriz de
monólogos ¡y bien qué lo hago! ¿verdad?. Le conté cómo empezó todo y más o
menos, aunque más menos que más, mi proceso aquí dentro. Seguramente, ya
hablaremos con más tiempo, traté de resumirle un poco…
-
Mire,
señorita Aderña, no tengo el mínimo interés en hablar con usted. Consígase un
abogado, que con la escena del crimen que tenemos, va a ser el único al que le
interesen sus monólogos. Queda usted detenida.
Entonces
Mabel Aderña, se quedó inmóvil, ensangrentada, con “Voldemort” a sus pies,
también inmóvil… Pero él, para siempre.
Carol-Bord... en vías de creación de una máquina inteligente capaz de desterrar el mito (¿o verdad?) Mente superior domina mente inferior...
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