Escribiéndome... para romper violines

3.9.12

Convertirse en la mujer que una odia


 Leí una vez que Franz Kafka dejaba de escribir y crear por períodos, que coincidían con sus relaciones de noviazgo y matrimonio. Al mismo tiempo y en lo personal, me hubiese gustado preguntarle a Salvador Dalí, cuánto de su obra, al menos una parte, fue inspirada en Gala.
 En fin. Yo tenía miedo de crear y enamorarme al mismo tiempo. Desconfiaba.
Yo tenía miedo de cambiar. Tenía miedo de convertirme en la mujer que una odia.

Banfield; 2012; Julio, Agosto, o algún mes de esos...

 Parece raro hallar el costado susanístico, afrodisíaco, libidinoso, en un cuerpo que solía hacer fotosíntesis con retazos de la Maison de Santé sin sublimar en la digestión. En un cuerpo que, con la estabilidad emocional de Ema Zunz, pero sin sus tácticas, solía forzar sus gestos en pos de ser vista como cierto fenómeno asexuado, desamorado, desmoralizado; mecánicamente robotizado.
 Forzarse ante la ineludible defensa inconsciente de “romper las cadenas que lo ataban a la eterna pena, de ser hombre y de poseer” (Buscar:“SALIR DE LA MELANCOLÍA).
Forzar(me) para montar un espectáculo que no es el que quiero contar; Que no sé si quiero mostrar; Que me hace lucir como una ideóloga de cartón que ni compraría sus ideas, que ni compraría esas ideas que suenan bien y sienten poco; Que no podría venderlas tampoco.
 Y sin embargo, esta obsesión humana por verse a través de la mirada del otro, que lo lleva al efecto espejo, y luego permanencia de esa visión a través de los años, es lo que siempre nos conduce al callejón sin salida; al círculo vicioso, a darle al público la imagen del papel escénico que esperan de nosotros, pero que en el sincericidio silencioso, nos daña más que la pena al inocente el seguir actuándolo.
 Oscar Wilde dijo alguna vez que: “El mundo es un escenario, pero a la obra le asignaron mal el reparto”. Pobre de Garrick, ávido por vivir una vida que le escape a la escenografía, a la estética. Pobre de Frida Kahlo, que quizá, simplemente se conformaba con un noviazgo tranquilo, tomar el té con masitas, y pintar genialidades sin intervención de tragedias. Pobre del hikikomori, quien cargando el estigma de ser eso que le dicen que es, se mantiene a la fuerza en esa condición, a su más tedioso pesar. Pobre de Ernesto, porque con la importancia de su nombre, no podía tener otra vida...
 Y, bueno, nobleza obliga, pobre de mí. Que me hundía en los sitios comunes buscando ser auténtica sin gloria, que daba todo por creerme la película de Diego Rivera, los chistes pro-poligamia, las frasecitas de canción del rockero estupefacto sobre la imposibilidad de vivir del amor. Pero, ¿por qué ese eco en mi cabeza de que todo lo que necesitas es amor, si en verdad, yo jugaba en el equipo contrario?
 No es una necesidad imperiosa, esta misma, de concluir en que “El amor es el arte bla,bla del bla y sarasa…” Es una necesidad imperiosa de responderle a mi cerebro el por qué verme, de repente, esperando un mensaje de texto, ruborizarme al leerlo, desilusionarme si no llega; ir al encuentro con la impronta de alguna neo Brigitte Bardot, de sentir nostalgia por aquellos diez minutos que pasaron desde el último beso; de tener la sensación y querer vivenciar todos los segundos ese mismo momento; o que el mundo se paralice en el abrazo bajo la lluvia que trae consigo el rejunte de mariposas que todo lo minimiza, que todo lo disminuye; que todo sea sólo frases breves en un libro gordo abierto; que todo sea un electrón en lo infinito del Universo; que la ley de atracción me chupe un huevo; que la ley de la relatividad me importe nada; que las leyes de Murphy para mí no existan; que el mundo se reduzca a dos personas siendo sólo una aquí y ahora pero por el resto de los tiempos; que quiera abandonar mi histórico anhelo de morir joven para ser leyenda, porque prefiero vivir unos años más tomada de tu mano…
 Es esta necesidad imperiosa de responderle a mi cerebro el porqué de todo esto.
De responderle a mis amigas el porqué de todo esto. A ms amigas y a mi madre.
 Pero, fundamentalmente, sobre todo, de responderme a mí misma por qué he de convertirme, con tanta felicidad, en cada una de esas mujeres a las que me dediqué a odiar durante todos estos años...





Carol-Bord...



 

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