Escribiéndome... para romper violines

15.1.13

De hacedores de sorpresas...

"I cry if I want to, cry if I want to, cry if I want to
You would cry too if it's happened to you..." ♪ ♫


 Oh, what a birthday surprise!
 Hablemos de sorprenderse. Porque, la sorpresa propiamente dicha es algo singular sin comparación siquiera con el desposeído asombro, (ni con el grato susto; ni el susto poronga; ni el susto "Doctora Queen, procedente del hipo hinchapelotas"; ni tampoco se asoma a los talones de la reina sorpresa, aquel susto con síntomas de grito y ojos redondos, petrificado porque vio a alguien muy feo, o en su defecto muy  lindo franeléandole a su novia (generosa en guampas), y finalmente, Mr. Big Susto concluye asustando, incluso, al feíto con ganas, aficionado al arte de engendrar el miedo de todo quien lo vea; Ese anti-estético feíto, quien fuera progenitor legítimo del susto inicial... El feo se asusta del asustado. Cuác.)
 Volviendo al meollo, (recuerdo una frase de un viejo amigo: "Meollo me suena a letrina." Perdón, me voy al pasto), volviendo al tema, debemos rendir culto de una buena vez a la virtud de dar sorpresas, y al privilegio de recibirlas.
La sorpresa, decía antes, es única e irreemplazable; esa apreciación y acaso revelación mística, escasea entre nosotros, tediosos humanos (amén a mi valoración).
La sorpresa es un invento de antaño. Su llegada al mundo data de la Edad Antigua (aunque hay quienes dicen que es relativo a la Edad de Piedra), y el responsable de crear la bendición de las sorpresas no fue Zeus emulando a su íntima y adorable amiga Pandora; sino el creador verídico e ilusorio fabricante del artefacto que producía sorpresas, fue Dimitri Ivanovich's Boring , un joven muy bien parecido (¿a quién?), nacido en Rusia.
 Dimitri, era un muchacho de buenas costumbres y familia funcional (batieron récord mundial, fueron los únicos que lo lograron), sin embargo, Ivanovich's Boring, siempre rendía culto a su apellido. Nadie sabía por qué, pero él siempre estaba aburrido. Cuentan quienes saben, que una noche decidió conspirar con los astros (quienes para ese entonces, no tenían gran dificultad en alinearse; salvo cuando escuchaban rumores terrenales que afirmaban la candidatura a presidente de Tinelli... Sí, es la Edad Antigua y Macerlo Hugo, ya la comenzaba a juntar con pala y siliconas).
 A partir de su negociación fantasiosa, Dimitri convirtió su nada misma y su monotonía ávida de impacto, en la creación más exitosa jamás concebida. Dimitri corrió hacia el living, donde se encontraban sus padres, e intentó dar una suerte de teatralización venida en simulacro. Su idea era dejar a todos con la boca abierta, y creía que para lograrlo, debía actuar de forma rara. Optó por convertirse en lo opuesto a su personalidad.
 Tal como lo planeó, montó su espectáculo en donde fingía muy bien que se estaba divirtiendo: Saltó, brincó por toda la sala, gritaba de alegría, cantaba y tarareaba melodías para no escuchar, reía y se mostraba feliz.
 Claro que todo el mundo quedó anonadado, absorto, boquiabierto; Dimitri fue siempre un chico aburrido e inadvertido. Pero ahora, un milagro lo había convertido al "humorismo", y el pueblo entero sintió que la rutinaria tranquilidad y la sensación de "acá no pasa nada, che", estaban siendo defenestradas por un instante, a causa del impacto.
Y bue, ese impacto se conoció como "Sorpresa", y vino al mundo para quedarse.
El resto, es historia (vivida, trillada, lugares comunes, y manotazos de ahogado).
Decía líneas atrás que el poder de otorgar y recibir sorpresa es único y acaso vital.
Hoy en día, luego de comprobar durante los siglos, que la cosa resultante de nuestro ejercicio de sorpresa, dependerá exclusivamente de la utilidad que le demos a dicho recurso incomparable. Es importante aclarar que la responsabilidad humana, y su potencial para darle uso a las sorpresas, es directamente proporcional al producto final. En escuetas palabras, se debe evitar caer en la boludez, porque la sorpresa es un arma de doble filo. Es cicuta y antídoto. Es dualidad ambigua.
 Más simple: Prevenir la idiotez púber-abusiva, y el HORROR de cagar cada oportunidad valiosa de sorprender, malogrando la posesión de aptitudes para dar noticias placenteras, y sobre todo, prevenir también, la elección medio conchuda, de preferir provocar infartos antes que confesar ternuras, prevenir todo lo anteriormente establecido en pocos renglones, prevenir todo eso, salva vidas. Salvate.
 Por el aporte esencial que la sorpresa nos da, también se ha sancionado una Ley que reivindica su particularidad única e irrepetible. Porque, como diría un pibe rosarino harto conocido, que enseñó mucho y escatimó con precocidad  su compañía, hay palabras que no tienen un suplente: Ellas no son el plantel de Chacarita. Este sabio (larga vida donde sea que estés), citó el ejemplo de la palabra "pelotudo".
"Pelotudo", claramente no tiene reemplazo. No existe otro quien transite por la vida despertando emociones, pasiones, pateando la pelota como un auténtico diez y goleando con la mano. Nadie jamás podrá.
Lo mismo sucede con la palabra pelotudo, la cual tiene su autonomía, acentuación, actitud... Tiene tanto prestigio, que de nada serviría llamar "tonto" a un reverendo pelotudo.
 Entendamos ya, de un tirón. La sorpresa es imposible de hallar en otra palabra, y es tan necesaria como el trago amargo que genera cuando los disgustos asechan y se experimenta un hostil nudo en la garganta.
 Viene en formato de shock, rareza, confusión, asombro, sensación de impacto vívido, desorientación, necesidad de correr... Viene bajo ese disfraz, pero ojo, es una sorpresa.

Las sorpresas que sorprenden a quien sorprende y causa sorpresa...
Traba lenguas bastante pelotudo que mi mente arropa en su vientre para declararlo de su patrimonio.
 Bastante mediocre, bastante simplón, algo conformista. Incluso, hasta sería tan audaz de definirlo como "aspirante frustrado a poesía fértil".
 Bastante cliché. Pero tan indicado para este momento, como un llamado al silencio de la vieja chusma de barrio.




Carol-Bord... No alarms and no surprises, please...

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