Escribiéndome... para romper violines

2.6.13

El escritor y su fobia


 El escritor y su fobia, es la secuela de vaya uno a saber qué número de volumen, cuya obra es precedente a "El escritor no es auto suficiente y le aconsejan pedir ayuda profesional repelente de fobias literarias", que se desarrolla dejando inconcluso un desenlace que se contará en la novela siguiente: "El escritor y el terapeuta... El que evangeliza y el que cura evangelizando al evangelizador descreído de evangelizadores", (En la jerga coloquial le llaman "Borges va a ver a Freud... Se juntaron el hambre y las ganas de comer").
 El meollo del asunto, es esa fobia (intrigante hasta ahora, para usted, lector).
Esa fobia que engendra fobia. Esa fobia detallada en el capítulo primeramente mencionado; Puntapié inicial a que el escritor se cure charlando sobre falo (llámese; pito), traumas infantiles, complejo de Edipo y blablá, con su gurú discípulo de los deseos reprimidos. Eso es una obviedad, porque, claro está, es prescindible la fobia para tratar de combatirla. Es necesaria la fobia para el engranaje robótico (entiéndase; lector, escritor, etcétera), que acto seguido desvalijará Farma 24. Eso es otro tema, en el cual no desviaré mi libido con opiniones que toman con pinzas la empresa laboratorio, (como quien al azar, alguna vez pensó en voz alta la herejía de que, tal vez, el cáncer tenga cura pero al sistema le cabe más ver pasar billetes y quimios).
¡No, no! Me disculparán, pero no querré causar incomodidad con ese paréntesis, tan controvertido y aberrante como revelar que el himno nacional argentino es un plagio.
 En fin, por fin.
Érase una vez, un escritor muy sabio. Que conocía de fobia y de psicoanálisis.
Cuenta la leyenda que (bah, la leyenda se olvidó de averiguarme si el tipo tenía fobias)... Pero al menos, supo escribir intentando abrir un frasquito de antídoto en formato de libro a los que sí padecemos esa enfermedad.
Era un manual para sobrevivir y vivir escribiendo.
 El escritor contó, finalmente, de modo contundente y espiritual la esencia de cuestiones simples (y no tanto), que son las bases de la palabra escrita.
Dijo que el temor del escritor; su pánico devenido en fobia, su mayor miedo, no era la recurrente "hoja en blanco" y todo cuanto ese montón de nada abarque. El terror de quien ejerce el arte de escribir, no es una hojita sin palabras, no es el blanco en una hoja: No es tener la hoja en blanco, sino, tener la mente en blanco.
 Es irse muriendo, es no vivir, es no tener nada para contar, es no saber qué escribir cuando (en simultáneo) se sabe escribir perfectamente.
Él decía algo interesante acerca de la mutación seudo vegetativa de las ideas:
 Uno se transforma en un hijo de dos hermanos incestuosos; En un bobo.
 Uno se transforma en un bobo, en una cosa boba que deambula de aquí para allá con deudas al psicoanalista, con cara de Clonazepam, con pasiones que dejó en el cajón junto a su pluma, con palabras que plasmó y nunca regresaron, con vívido recuerdo del éxtasis creativo.
 Uno se transforma en un tipo que solía escribir, y ahora es un bobo con la mente en blanco, que tiene poco para decir y mucho para contar (las horas, los minutos)...
A eso le teme el escritor, más que a la candidatura de Macri o al santuario de Lanata.
A eso le teme el soñador, porque de otro modo no sería escritor.
A eso que leí hace algunos años en ese Manual didáctico de la letra y de la vida.
A la mente en blanco, al coma literato, a la apoplejía escrita.
 Y teme tanto a la mente emblanquecida hecha potus, que vivencia más de lo que teme, procura volar más de lo que camina, y se refugia en escritores sin mente en blanco...
 Y ese abrazo de hojas, al final de la historia, en el último volumen, es el que ahuyentará las lagunas angustiantes. O al menos, servirá para ver algunos colores cada vez que la mente se torne blanca.


Al Dr. Hugo, causante del Manual, escritor, y musa.


Carol-Bord... Una amiga solía decir que a veces, para encontrarse, hace falta perderse... 

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