Cierto verano, cuando tenía 16 años, sucedió algo que sólo un
día como hoy, a mis 22 años, cobra peso y me marca a fuego de por vida. En un
embotellamiento hormonal, luchando contra los terribles problemas a los que
sólo un ya jubilado púber conoce de cerca; entiéndase aquellos legendarios
profesores por los que todos alguna vez, hemos jurado sentirnos amenazados y
desaprobados injustamente.
Sí, yo me dormía en clase, y era un desastre con
apellido, me agarraba a piñas, y ese año fue en el cual repetí 1º polimodal,
pero la verdad es que siempre fui una nerd disfrazada de rebeldía en estado de
éxtasis. Era todo eso que hoy deseo no ser.
Lo asombroso es que resulté ser una
adolescente con ciertos problemas de conducta, que una noche de
verano, en un lugar alejado de la ciudad; rodeada de olor a playa y
arena-sol-mar, yo, digamos; mi persona, (oriunda incluso de una familia disfuncional,
de esas que están en extinción) decidí hacerme un chiste a mí misma y a todo mi
Ku Klux Klan en contra del enamoramiento, y le compré a un vendedor ambulante
una tarjeta color rosa con una abertura que exhibía el dibujo de un hombre y
una mujer bailando tango, y al abrir la tarjeta había una leyenda que toda mi
vida me ha puesto la piel de gallina: “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo
que andábamos para encontrarnos” (J.C)
La compré. Jamás me atreví a verbalizarlo, y es probable que
por eso, ahora tampoco lo hago (porque escribirlo es menos corajudo), pero lo
escribo.
La compré. Mi charla interna fue: “Conservala, es hermosa,
nadie se va a enterar… Y jamás la manches: Obsequiásela al amor que hayas
buscado inconscientemente, por quien aguardabas bajo la tranquilidad de quien
acaba de nacer y fue separado de su madre…” Pero es inminente que va a volver a
los brazos maternos, porque así es el destino del predestinado, del platónico.
Jamás lo dije. Pero hoy encontré al amor de mi vida.
Y cuando le regalé la tarjeta que es “LA” tarjeta, no le confesé que yo sabía que lo
iba a encontrar, y que fui muy patética y cursi.
No le confesé que le compré esa tarjeta porque, antes de
conocerlo, yo lo imaginé a él. Y jamás le confesaré que no anduve tanto tiempo
dando vueltas por la vida… Que, agradezco, sólo tardó poco más de dos décadas
en transformarse en alguien real, de carne y hueso, voz y cerebro. Y que, si hubo algún dejo de ansiedad por
tenerlo por fin cerca mio, era no sólo porque sabía que andaba para
encontrarlo, también para comprobar lo que hoy compruebo: Todas las veces que
te imaginé, mi amor, eras tal cual sos; tu cuerpo y tu cara, tus rasgos y tus colores, la perfección en su dosis justa.
Todas las veces que te imaginé,
tenías tu nombre,
tu tamaño,
tu firmeza...
Y me hacías feliz...
tenías tu nombre,
tu tamaño,
tu firmeza...
Y me hacías feliz...
GRACIAS, CREEPER ! ME HAS DADO MUCHAS SATISFACCIONES.
Carol-Bord... "Andábamos para encontrarnos... Y si es posible en rebaja..."