Escribiéndome... para romper violines

22.7.13

Etimología de la tarjeta

 Cierto verano, cuando tenía 16 años, sucedió algo que sólo un día como hoy, a mis 22 años, cobra peso y me marca a fuego de por vida. En un embotellamiento hormonal, luchando contra los terribles problemas a los que sólo un ya jubilado púber conoce de cerca; entiéndase aquellos legendarios profesores por los que todos alguna vez, hemos jurado sentirnos amenazados y desaprobados injustamente.
 Sí, yo me dormía en clase, y era un desastre con apellido, me agarraba a piñas, y ese año fue en el cual repetí 1º polimodal, pero la verdad es que siempre fui una nerd disfrazada de rebeldía en estado de éxtasis. Era todo eso que hoy deseo no ser.
Lo asombroso es que resulté ser una adolescente con ciertos problemas de conducta, que una noche de verano, en un lugar alejado de la ciudad; rodeada de olor a playa y arena-sol-mar, yo, digamos; mi persona, (oriunda incluso de una familia disfuncional, de esas que están en extinción) decidí hacerme un chiste a mí misma y a todo mi Ku Klux Klan en contra del enamoramiento, y le compré a un vendedor ambulante una tarjeta color rosa con una abertura que exhibía el dibujo de un hombre y una mujer bailando tango, y al abrir la tarjeta había una leyenda que toda mi vida me ha puesto la piel de gallina: “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos” (J.C)
 La compré. Jamás me atreví a verbalizarlo, y es probable que por eso, ahora tampoco lo hago (porque escribirlo es menos corajudo), pero lo escribo.
La compré. Mi charla interna fue: “Conservala, es hermosa, nadie se va a enterar… Y jamás la manches: Obsequiásela al amor que hayas buscado inconscientemente, por quien aguardabas bajo la tranquilidad de quien acaba de nacer y fue separado de su madre…” Pero es inminente que va a volver a los brazos maternos, porque así es el destino del predestinado, del platónico.
 Jamás lo dije. Pero hoy encontré al amor de mi vida.
Y cuando le regalé la tarjeta que es “LA”  tarjeta, no le confesé que yo sabía que lo iba a encontrar, y que fui muy patética y cursi.
 No le confesé que le compré esa tarjeta porque, antes de conocerlo, yo lo imaginé a él. Y jamás le confesaré que no anduve tanto tiempo dando vueltas por la vida… Que, agradezco, sólo tardó poco más de dos décadas en transformarse en alguien real, de carne y hueso, voz y cerebro.  Y que, si hubo algún dejo de ansiedad por tenerlo por fin cerca mio, era no sólo porque sabía que andaba para encontrarlo, también para comprobar lo que hoy compruebo: Todas las veces que te imaginé, mi amor, eras tal cual sos; tu cuerpo y tu cara, tus rasgos y tus colores, la perfección en su dosis justa.


 Todas las veces que te imaginé,
tenías tu nombre,
tu tamaño,
tu firmeza...
Y me hacías feliz...






 GRACIAS, CREEPER ! ME HAS DADO MUCHAS SATISFACCIONES.




Carol-Bord... "Andábamos para encontrarnos... Y si es posible en rebaja..."

7.7.13

En busca de la radiosofía...


  Seguramente no hubo profetas que advirtieran acerca del micrófono delator intencional.

Que desde los 12 años me dio la katana contra todo-mal concediéndome la felicidad que posee el que se atreve a cantarle a la vida. Mi primera actuación en un escenario, mi primer tema musical, mis primeras apariciones en pos de generar una suerte de YO, cantante y compositora. Mic.
 Pero de algo jamás me avivé tempranamente. Voy por mi segundo año radial en el proyecto que fuera un juego desde el primer momento... Que fuera un día un modo de vida.

 Como una tonta, jamás sospeché que mi vocación (si es que me permiten la licencia de otorgarme falsas licencias que apenas dan felicidad), mi -llamémosle entrecomillada- vocación, estaba al alcance de mi lengua.

 Lo único que he hecho ininterrumpidamente en mi vida fue hablar compulsiva y patológicamente. Mal o bien. Con más ímpetu en ocasiones. Con más fonética del que persuade con un speech telemarketer, de cuándo en cuándo. Con menos rapidez que la excitación del cerebro encomendando órdenes, con más convicción que autoconfianza. En situaciones difícil de tolerar y raramente soportables a un mortal. 
 Lo que me dio etiquetas, errores, enemigos, compinches. Mi verdugo del filtro y mi Dios del Blablá.
 Lo único que he hecho ininterrumpidamente en mi vida fue hablar compulsiva y patológicamente.
Me faltaba un micrófono delante.
Y un dial de por medio.





Carol-Bord... This is who i am...