Cuántas cosas hay impregnadas en nuestra cultura cool poser mainstream como se impregna ese olor del tiempo en las hojas de libros: la filosofía del "soltar", el trillado carpe diem, y ahora la cada vez peor ponderada "resiliencia".
Desde que escucho esa palabra en boca de personas que no respeto, siento un soplido interno de molestia... ¿Qué legitimidad tendría esa palabra que al decirla en programas de la tarde con total liviandad pierde sentido? Si acaso las grafías, los fonemas, no hacen más que borrarnos experiencias, si al decir le damos una entidad sonora a algo que en lugar de ser dicho debería ser vivido... Y aún así: si es recitado como versito, si es tan frecuente su alusión como lo es el surgimiento de olas en el mar, cuánto se deprecia, cuán difícil es otorgar un valor.
Pero descubrí, para mi sorpresa, que soy militante de la resiliencia. Soy resiliente.
Mis infiernos, mis manías autodestructivas, mis pérdidas y duelos me hacen pensar una vez más en lugares comunes: no me mataron y me hicieron más fuerte.
Cuántas veces en situaciones de dolor extremo pensé que ya no, que ya no habría un ápice de luz, un halo de esperanza para creer que cosas mejores vendrían.
Cuántas veces pensé: nunca voy a superarlo, nunca va a terminar, soy una esclava de mi libertad cumpliendo la condena que yo misma me dicté: de aferrarme a la adicción de hacerme mal.
Siempre leía sobre lo que yo atravesaba pero en palabras de teóricos que habían estudiado esos temas o de terceros que vivenciaban lo mismo: estaba encerrada en el laberinto de la desilusión, el horror, el hastío y en un círculo vicioso seguía consumiendo lo que me envenenaba, seguía alimentando la falta de hambre de vivir. Qué fuerte, ¿no? Era una especie de desgano por la vida. Más de una vez llegaba a la conclusión de que quería desaparecer, quería ya no ser. Y luego, al bajar de la mente a la realidad de un hondazo: de vuelta a la rutina y al autoflagelo, de vuelta a los fantasmas y a pensar que nunca más saldría de esa caverna.
Peor aún: cuando aquellas situaciones no eran creadas por mí y por el contrario, eran "cosas" de la vida, llámese pérdidas irreversibles, la depresión asistía a la procesión por dentro, porque el mundo no te espera, el mundo no se detiene, los que te cobijan siguen viviendo y el planeta girando: vos debés hacer lo mismo. Vos debés guardar la mierda en la alfombra más cercana y salir a hacer de cuenta que vivís.
El diccionario de la Real Academia Española define a la resiliencia como la: "Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos."
Y soy resiliente. Si después de esto, sigo en pie con más fuerza que nunca, es claro síntoma de que pude capitalizar las muertes -más allá de las literales- para adaptarme, no instalarme en la perturbación, mutar en algo más, en algo mejor, dejar de ser un ser biótico que respira a ser alguien que vive y no morir en el intento. Como un principio claro de la química: todo se transforma.
Y anoche, en una de las tantas y largas charlas que tengo con la almohada, comprendí que yo me transformé.
Me transformé en una sobreviviente. Y elijo seguir sobreviviendo.
Carol-Bord... "And I spent so many nights just feelin' sorry for myself, I used to cry but now I hold my head up high..."
¡Qué lindo escribe usted! Saludos.
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