Escribiéndome... para romper violines

21.3.18

Todo bien, flaquita

Hoy me desperté pensando en vos,
cuándo no.

Como en ochos se repite, siempre en loop, la misma frase: nunca más me olvido de eso.
Estábamos en tu casa, en ese nuevo departamento post separación decorado con nada más que un colchón y un teléfono a disco -siempre decías con encantador cinismo que te fuiste apenas con un tenedor, un plato y una taza-. Yo tenía 4 años. Estar con vos era lo que se experimenta cuando duele la panza de tanto reírse y las horas se pasan, y entre lucha libre y carcajadas, se hizo de noche y te pusiste a freír papas fritas, ese mal adictivo que nos aqueja desde el principio de nuestros días hasta el fin de ellos. Qué bien la estábamos pasando.
De pronto sonó el timbre. Era mi mamá.
Recuerdo que me escondí debajo de la mesa intentando evitar que me encuentren para recogerme, emulando una tortuga en su caparazón, buscando perpetuar esa felicidad indecible, de esas que cuesta describir no menos que soltar.
Te dije que no me quería ir. Te dije que quería estar con vos. Sentí sin verlo cómo se te rompía el corazón.

Y me fui nomás, llorando, me fui nomás con mi mamá.
Hasta hoy me despierto pensando en esa noche e intento crear finales alternativos donde me quedo a comer papas fritas y nos reímos de la nada hasta que nos duele la panza, donde me llamás y me preguntás: "¿todo bien, flaquita?".

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