El viernes en una fiesta, de madrugada, tuve una de esas charlas reveladoras que merecen ser guardadas en la vitrina. Éramos tres borrachas en el baño de mujeres. Dos amigas que hablaban entre sí, y yo que paraba la oreja como el chismoso del tren que cabecea para leer el diario de la persona que está a su lado. Ellas, más chicas que yo, hablaban de no gustarse, de no estar contentas con cómo lucía la ropa que vestían, con verse feas: con verse gordas. Eran dos chicas con cuerpos comunes, con cuerpos reales, y deseaban otro que no fuera el suyo, lamentaban uno o dos kilos de terrestre mortal. Era la reproducción fiel de lo que escupe el patriarcado: mujeres inseguras, mujeres sin autoestima.
No pude evitar intervenir (haciendo malabares para que mi nivel cognitivo neurolingüístico y mandíbula funcionaran) y les dije: ¿se imaginan a un varón de su edad angustiado porque la remera le marca algún rollo indeseado? Y la charla comenzó, para mi sorpresa, con ellas escuchando atentas lo que quien suscribe, con algunas copas de más decía. Y siguió con ellas asintiendo. Luego, entre algunos chistes, afirmaron que el malestar cotidiano de no cumplir con estándares imposibles de belleza, terminaba donde empezaban sus ganas de tomarse una cerveza. Nos reímos. Y cantamos juntas: "Abajo el patriarcado se va a caer, arriba el feminismo que va a vencer..."
Dimos una batalla en uno de esos lugares tan estigmatizados por el imaginario social y tan mal retratados por las revistas de moda: el baño femenino. No sólo vamos en patota a maquillarnos, a escoltarnos, también ahí podemos hacer aún más grande la conciencia del hartazgo hacia lo natural. Ahí nos tenemos: a las nuestras y a las desconocidas. Ahí y afuera.
Sin embargo ese pensamiento lo tengo tan latente como las responsabilidades en mi cerebro a la hora de dormir: estamos condenadas. Condenadas a desear lo que no tenemos. A ser como no somos.
A aspirar a aquel idilio como un conejo persiguiendo la zanahoria, que se escapa cuantos más pasos damos.
Desde que nacemos tenemos dudas, desde cómo vivir a cuándo moriremos y qué sucederá entonces. Pero hay algo asegurado: nunca estarás conforme con vos. Tu cuerpo no es tu casa. Tu cuerpo es ese extraño que colonizaron otros extraños, que si no luce como el colono dicta, no sirve, es deshecho, next.
Condenadas a que celulitits, estría, arruga, rollito nos gane o nos juegue una mala pasada: a desilusionarse porque una nunca será perfecta. Pero acaso, ¿qué lo es? Sin embargo, las publicidades que mamamos nos dirigen la palabra (salvo cuando se habla de fútbol, tarjetas de crédito o autos) para decirnos: "che, te queda horrenda la celulitus, probá con Noicochea para ser una persona digna", "¡Esas estrías post embarazo están más deprimidas que vos! Podés ser feliz usando Chicatricure y acercarte a la perfección imposible", "No seas una gorda feliz con helado, comete este postre Diet 0 calorías que llena menos que el changuito en épocas de crisis y sé una mujer menos contenta con su cuerpo y sus ganas insatisfechas", o "se te nota que tenés más de 50 años, al mundo no le servís, pero si usás esta excelsa crema Anti Age, podés ser menos patética".
Claro. Cierra todo como un semicírculo gestáltico. Ineludible el malestar, ineludible la depresión: ¿quién no quiere encajar? ¿quién no desea pertenecer? ¿Cómo les voy a decir a esas chicas que son hermosas como son, si la sociedad se encarga de decirles lo contrario? Si yo también soy víctima de eso. Y que arroje la primera piedra quien esté libre de pecado.
De a poquito nos vamos haciendo más pobres y menos felices.
Pero lo que importa, lo que verdaderamente importa es el camino. Una vez que el cuestionamiento hacia las cosas que te duelen empieza, eso ya no para.
Y van a haber recaídas. Y te vas a sentir triste, y te vas a comprar la Noicochea, y un día te vas a mirar al espejo y vas a pensar: "la puta madre, soy linda". Y luego te vas a cruzar con dos desconocidas que manifiestan complejos con sus cuerpos, y les vas a decir: "No están solas. No están locas. Lo que piensan es coherente con lo que nos alimenta. Pero ahora que estamos juntas... Ahora, que si nos ven... SE VA A CAER..."
Y un viernes cualquiera, en el baño de una fiesta, de madrugada, podés dar la batalla y de a poco ayudar a tu mente a entender que no tenés nada que comprar ni nada que llorar, porque sos hermosa.
Carol-Bord